Bajo la dirección de Thomas S. Monson, el profeta mormón, Dallin H. Oaks, un apóstol de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, cuyos miembros son a veces llamados mormones, pronunció recientemente un discurso en la Facultad de Leyes de la Universidad de Chapman en California. Su tema fue la libertad religiosa y su discurso formó parte de un alegato para que las personas de todas las religiones se unan con el fin de proteger la libertad de religión que se prometió a todos los estadounidenses en la Constitución. Él explicó que esto no requería la unificación doctrinal ni la necesidad de ponerse de acuerdo sobre la misma. Básicamente se trataba de proteger los derechos colectivos de todas las personas de fe a practicar su religión, cualquiera que ésta sea. “Lo que nos une en la religión es mucho más importante que lo que nos divide en la capacidad de hablar en favor de la libertad religiosa”. Debido a que muchos de los primeros colonos europeos en los Estados Unidos escaparon de la religión oficial del estado de Inglaterra, los padres fundadores querían asegurarse de que el gobierno nunca elija una religión sobre otra. Esta es la razón de la redacción de la Constitución, que no menciona la separación de la Iglesia y el Estado, sino se centra en prohibir el establecimiento de una religión oficial o prohibir la práctica religiosa.
La historia de la libertad religiosa es larga y fascinante, pero puede ser muy útil ver la forma en que la libertad llegó a incorporarse en la Carta de Derechos de los Estados Unidos. Tal como el élder Oaks señaló en su discurso, ésta es la primera libertad prometida y por lo tanto era considerada claramente la más importante.
Cuando James Madison estaba tratando de decidir cuáles eran los derechos que se necesitaban incluir en la Carta de Derechos, cinco constituciones estatales permitieron el establecimiento de las religiones oficiales, lo que demostraba la necesidad de un requerimiento constitucional de libertad. Madison y el comité que redactaba las propuestas emplearon una gran cantidad de tiempo eligiendo el orden de las enmiendas. Esto demuestra que había un propósito para el orden y que no se incluyeron al azar. La primera enmienda enunciada fue la más importante. La primera enmienda recomendada por el comité de selección estaba redactada de esta manera, pero fue cambiada después. Sin embargo, la redacción original demuestra sin lugar a dudas la intención de la ley:
“Las leyes no establecerán ninguna religión, ni se infringirá los derechos de igualdad de conciencia”. Es evidente que la ley estaba dirigida sólo a prevenir el equivalente estadounidense de la Iglesia de Inglaterra. Samuel Livermore de New Hampshire deseaba un lenguaje aún más fuerte: “El Congreso no hará ley alguna con respecto a la adopción de una religión o el derecho de conciencia”. La Cámara aceptó esta propuesta, pero Roger Sherman pensaba que no había necesidad de ello porque, según él, el Congreso no tenía el poder de establecer una religión de cualquier modo. Madison, consideraba que la enmienda a la libertad religiosa importaba más que nada porque había pasado gran parte de su carrera luchando contra el deseo de una religión oficial del estado. Según Richard Labunski, “Aunque aceptando los cambios de Livermore, Madison decía que la enmienda ante la Cámara significaba que “el Congreso no debe establecer una religión e imponer una observación legal de ésta por la ley, ni obligar a los hombres a adorar a Dios de una manera contraria a su conciencia” (Labunski, Richard E. James Madison and the Struggle for the Bill of Rights. Oxford: Oxford University Press, 2006. 223-24.)
Esto nos da una idea muy clara de la intención original de la ley, y esta intención original es a lo que se refería el élder Oaks en su discurso.
El libre “ejercicio” de la religión, obviamente, implica tanto (1) el derecho a elegir las creencias y afiliaciones religiosas y (2) el derecho a “ejercer” o practicar esas creencias sin restricciones gubernamentales. Sin embargo, en una nación con ciudadanos de muchas creencias religiosas diferentes, el derecho de algunos a actuar según sus creencias religiosas debe ser calificado por la responsabilidad del gobierno para promover los intereses gubernamentales adicionales, tales como la salud y la seguridad de todos. De lo contrario, por ejemplo, el gobierno no podría proteger a las personas o las propiedades de sus ciudadanos de los vecinos cuyos principios religiosos imponen prácticas que amenazan la salud o la seguridad personal de los demás. Las autoridades gubernamentales han luchado con esta tensión durante muchos años, así que tenemos una experiencia considerable en la elaboración de las adaptaciones necesarias.
El conflicto inherente entre la preciosa libertad religiosa de las personas y las responsabilidades legítimas de reglamentación del gobierno es el tema central de la libertad religiosa. Los problemas no son sencillos, y con los años la Corte Suprema de los Estados Unidos, que tiene la responsabilidad última de interpretar el significado de las disposiciones generales y nobles de la Constitución, ha tenido dificultades para identificar los principios que pueden orientar sus decisiones cuando se afirma que una ley o un reglamento viola el libre ejercicio de religión de alguna persona. Como era de esperar, muchas de estas batallas han implicado esfuerzos gubernamentales para restringir las prácticas religiosas de pequeños grupos como los Testigos de Jehová y los mormones. La experiencia reciente sugiere la adición del ejemplo de los musulmanes.
El élder Oaks señaló que un debate actual implica si la religión tiene el derecho o no a ocupar un lugar más importante en las leyes de nuestra sociedad que otros derechos. En los últimos tiempos, eso ha sido un foco primario y uno que crea algunos de los más fuertes sentimientos entre la gente de ambos lados.
Otro importante debate actual sobre la libertad religiosa se refiere a si la garantía del libre ejercicio de religión le da a alguien que actúa por motivos religiosos una mayor protección contra las prohibiciones del gobierno que las libertades garantizadas a todos por otras disposiciones de la Constitución, como la libertad de expresión. Yo, por supuesto, sostengo que a menos que la libertad religiosa tenga una posición única, eliminamos el significado de esta disposición separada en la Primera Enmienda. El tratar las acciones basándonos en la creencia religiosa al igual que con las acciones basándonos en otros sistemas de creencias no es suficiente para satisfacer la garantía especial de la libertad religiosa en la Constitución de los Estados Unidos. La religión debe conservar su estatus preferencial en nuestra sociedad pluralista con el fin de dar su contribución única – su reconocimiento y compromiso con los valores que trascienden el mundo secular.
El élder Oaks recordó a los oyentes que la religión ha hecho contribuciones muy poderosas y beneficiosas en la historia de los Estados Unidos y otros países. Mencionó, por ejemplo, la gran labor humanitaria llevada a cabo por las iglesias. La mayoría de las iglesias consideran que el humanitarismo es una piedra angular de su religión, incluso trabajando juntos en los esfuerzos de diversos credos. Por ejemplo, cuando los mormones llevan alimentos y suministros de emergencia a zonas de crisis, a menudo trabajan con los musulmanes o los católicos para tener todo en su lugar. Los mormones han patrocinado programas de rescate neonatal, iniciativas de agua potable, programas de silla de ruedas, programas de vacunación y muchos otros servicios para ayudar a los necesitados de todo el mundo. Ellos proporcionan alimentos y otros artículos necesarios a sus propios miembros, por lo que esas personas no tendrán que depender de los recursos del gobierno. Además, los excedentes de alimentos de este programa se entregan a bancos locales de alimentos y las fábricas que enlatan los alimentos están disponibles para otras organizaciones benéficas. Sin los servicios que las iglesias ofrecen, muchas más personas sufrirían y muchos más servicios del gobierno serían necesarios.
Históricamente, los movimientos significativos comenzaban con sermones en los púlpitos en los días de reposo. Theodore Weld, un ministro evangélico, formó la Sociedad Antiesclavista Estadounidense en 1833 con William Lloyd Garrison. Con el estímulo de Weld, los estudiantes del Seminario Teológico de Lane en Cincinnati organizaron un grupo contra la esclavitud, que más tarde se trasladó a la Universidad de Oberlin. Los cuáqueros fueron reconocidos líderes del movimiento abolicionista. Los menonitas también lucharon contra la esclavitud.
Más tarde en la historia, la lucha por los derechos civiles de los negros también se llevó a cabo en gran medida en las iglesias los domingos en las mañanas. Los líderes del movimiento eran a menudo los ministros, incluyendo a Martin Luther King, Jr. y Ralph Abernathy.
Hoy en día, muchos están tratando de argumentar que a las iglesias no se les debe permitir participar en el objetivo principal de la religión—luchar contra la inmoralidad en el mundo. Imagine si se hubiera leído de ese modo las leyes durante los primeros días en que el país se dirigía a la Guerra Civil o durante el movimiento de los derechos civiles. Alguien tiene que hablar de un cambio o preservación moral y esto se hace más a menudo a través de la religión. Estados Unidos no puede darse el lujo de perder la principal fuente de moralidad.
La religión también fortalece nuestra nación en materia de honestidad e integridad. La ciencia moderna y la tecnología nos han dado dispositivos notables, pero se nos recuerda con frecuencia que su operación en nuestro sistema económico y la prosperidad resultante de nuestra nación se basan en la honestidad de los hombres y las mujeres que los utilizan. La honestidad de los estadounidenses también se refleja en la resistencia notable de nuestros servidores públicos a la corrupción oficial. Estas normas y prácticas de honestidad e integridad se apoyan, en última instancia, en nuestras ideas del bien y del mal, que, para la mayoría de nosotros, se basan en los principios de la religión y las enseñanzas de los líderes religiosos.
“Nuestra sociedad no sólo se mantiene unida por la ley y su aplicación, sino más importante aún por la obediencia voluntaria a lo inexigible y por la adhesión generalizada a las normas no escritas de comportamiento correcto o justo. La creencia religiosa en el bien y el mal es una influencia vital para promover y persuadir el cumplimiento voluntario de una gran parte de nuestros ciudadanos. Otros, por supuesto, tienen una brújula moral que no se basa expresamente en la religión”. John Adams se basó en todo esto cuando sabiamente observó:
“No tenemos ningún gobierno armado con poder capaz de enfrentarse a las pasiones humanas desenfrenadas por la moralidad y la religión. La avaricia, la ambición, la revancha, o la gallardía, romperían las cuerdas más fuertes de nuestra Constitución como una ballena que atraviesa una red. Nuestra Constitución fue hecha sólo para un pueblo moral y religioso. Es totalmente inadecuada para el gobierno de cualquier otro”.
Incluso la periodista británica agnóstica y educada en Oxford, Melanie Phillips, admitió que:
“Uno no tiene que ser un creyente religioso para comprender que los valores fundamentales de la civilización occidental se basan en la religión, y estar preocupado de que la erosión del cumplimiento religioso, por lo tanto, debilita aquellos valores y las ideas seculares que ellos reflejan”.
El élder Oaks pidió que las iglesias se unan en la lucha contra las actuales amenazas a la libertad religiosa, que van en aumento. Señaló que no implica unificar la doctrina, sólo trabajar juntos por el interés común:
Las personas religiosas deberían insistir en su deber y derecho constitucional a ejercer su religión, a votar según su conciencia sobre los asuntos públicos, y a participar en las elecciones y en los debates en la plaza pública y las salas de justicia. Estos son los derechos de todos los ciudadanos y también son también los derechos de los líderes religiosos y de las organizaciones religiosas. En esta circunstancia, es imperativo que los que creemos en Dios y en la realidad de lo bueno y malo nos unamos más eficazmente para proteger nuestra libertad religiosa a fin de predicar y practicar nuestra fe en Dios y los principios del bien y el mal que Él ha establecido.
Esta propuesta a que nos unamos más eficazmente no requiere ningún examen de las diferencias doctrinales entre los cristianos, judíos y musulmanes, ni una identificación de los muchos elementos comunes de nuestras creencias. Todo lo que es necesario para la unidad y la amplia coalición a lo largo de las líneas que estoy sugiriendo es una creencia común de que hay un bien y un mal en el comportamiento humano que ha sido creado por un Ser Supremo. Todos los que creen en ese fundamento deben unirse más efectivamente para preservar y fortalecer la libertad con el fin de defender y practicar nuestras creencias religiosas, cualesquiera que ellas sean. Debemos caminar juntos con el objetivo de asegurar nuestra libertad de ejercer nuestros caminos separados cuando ello resulte necesario de acuerdo a nuestras propias creencias.
No estoy proponiendo una resurrección de la llamada “mayoría moral”, que se identificado con un determinado grupo religioso y un partido político en particular. Tampoco estoy proponiendo una alianza o identificación con ningún movimiento político actual, tea party o de otro tipo. Hablo en nombre de un principio más amplio, no partidista y, en su propio objetivo, ecuménico.
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