Thomas-Monson-MormonThomas S. Monson es el profeta de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, cuyos miembros a veces son llamados mormones. Él es llamado para compartir la palabra de Dios y para enseñar las creencias mormonas. En las siguientes citas, él habla sobre la moralidad y la importancia de mantener los estándares morales de Dios, incluso si el mundo se burla de usted por hacer esto.

La maldad nos rodea

Hace muchos años, en una asignación en las bellas islas de Tonga, tuve el privilegio de visitar la escuela de la Iglesia, la escuela secundaria Liahona, donde a los jóvenes les enseñan maestros que tienen un vínculo común de fe, que imparten capacitación para la mente y preparación para la vida. En esa ocasión, al entrar en un aula, me di cuenta de que los alumnos escuchaban absortos a su instructor tongano. Tanto él en su escritorio como ellos en los pupitres tenían los libros cerrados. El maestro tenía en la mano un raro anzuelo hecho con una piedra redonda y con grandes caracolas. Aprendí que eso era un maka-feke, una trampa para pulpos. En Tonga, el pulpo es un exquisito manjar

El maestro explicó que los pescadores de Tonga se deslizan sobre los arrecifes remando su canoa de balancines con una mano y oscilando el maka-feke con la otra. El pulpo sale de su guarida rocosa y se lanza sobre el cebo, confundiéndolo con un deseado manjar. Tan tenaz es el apretón de los tentáculos del pulpo y tan firme su instinto de no soltar la preciada presa, que los pescadores lo levantan y lo ponen directamente en la canoa.

Fue fácil para el maestro pasar de ahí a explicar a los anonadados jóvenes que el maligno, o sea, Satanás, ha creado maka-fekes, por así decirlo, para atrapar a las personas desprevenidas y apoderarse de su destino.

Hoy estamos rodeados de los maka-fekes que el maligno oscila ante nosotros y con los que intenta atraernos y luego atraparnos. Una vez que la persona los agarra, es sumamente difícil soltarlos, y a veces hasta casi imposible. Para protegernos, debemos reconocerlos por lo que son y después ser firmes en nuestra determinación de evitarlos

Constantemente ante nosotros está el maka-feke de la inmoralidad. Casi en todo lo que vemos, hay quienes quieren hacernos creer que lo que antes se consideraba inmoral ahora es aceptable. Pienso en el pasaje de las Escrituras: “¡Ay de los que a lo malo llaman bueno, y a lo bueno malo; que ponen tinieblas por luz, y luz por tinieblas”. 1 Tal es el maka-feke de la inmoralidad. En el Libro de Mormón se nos recuerda que la castidad y la virtud son preciadas sobre todas las cosas.

Cuando la tentación llega, recuerden el sabio consejo del apóstol Pablo, quien declaró: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar”.

Thomas S. Monson “Leales a la fe”, Liahona, mayo de 2006, págs. 18-21

Responsabilidad personal por la moralidad

El doctor Karl Menninger, el destacado científico que fundó y puso en  marcha el mundialmente conocido centro psiquiátrico de Topeka, estado de Kansas (Estados Unidos), señaló que la única forma en que nuestra doloida, atribulada y perturbada sociedad puede esperar prevenir las enfermedades sociales que la cosan es si reconoce la realidad del pecado. Esa idea es el tema de su famosa publicación Whatever Became if sin? (¿Qué ha sucedido con el pecado?), en la que hace una súplica a los seres humanos para que nos detengamos y contemplemos lo que nos estamos haciendo a nosotros mismos, a los demás y a nuestro universo. El doctor Menninger hizo referencia a Sócrates, que se hizo la pregunta: “¿Por qué los hombres, sabiendo lo que es bueno, hacen lo malo?” El  doctor Menninger dijo: “He llegado a la conclusión de que la generalizada excusa de que todos lo hacen, tan prevalente en el mundo actual de los negocios, está debilitando a las personas. Es preciso comprender que nosotros mismos tenemos la responsabilidad de corregir nuestras transgresiones individuales: las mentirillas que suponemos son inofensivas, el fraude menor, la apatía, cosas ésas que caracterizan nuestra falta de interés en lo que pasa a nuestro alrededor. Además, recalcó: “Si todas las personas volviera a ser conscientes del concepto de la responsabilidad personal y el hombre una vez más volviera a sentir culpabilidad por sus pecados y se arrepintiera y estableciera una conciencia que le sirviera de freno a los pecados, la esperanza volvería otra vez al mundo”.    

Permítanme compartir con ustedes una lección que aprendí cuando era niño. Por cinco generaciones, nuestra familia ha sido propietaria de una cabaña de verano en el parque Vivian, en el cañón de Provo. Para mí, los meses de julio y agosto significaban salir a caminar, a pescar y a nadar a diario en el “pozo” de natación en el que había una enorme roca desde la cual nos lanzábamos hacia las veloces corrientes que se estrellaban violentamente contra ella formando peligrosos remolinos. La mayoría de los nadadores solían lanzarse al as frías aguas y se dejaban arrastrar por la corriente, pasando a toda velocidad por la enorme roca para por último llegar hasta las aguas tranquilas y la acogedora ribera arenosa del río; digo la mayoría, excepto uno. Se llamaba “Beef” Peterson. En su traje de baño llevaba inscrito el título de “Salvavidas”, y su cuerpo era muestra de gran fuerza. Al igual que los demás, Beef se lanzaba al agua nadando con rapidez corriente abajo en medio de los remolinos, para de pronto darse vuelta y empezar a nadar corriente arriba. Por un corto trecho, sus poderosas brazadas lo impulsaban hacia adelante, pero luego la velocidad de la corriente lo mantenía en un mismo lugar mientras él luchaba con todas sus fuerzas contra el río. Después de un rato, Beef se cansaba, se echaba hacia atrás y empezaba a nadar plácidamente hacia la orilla, exhausto. El nadar contra la corriente llegó a ser una de las características de Beef Peterson.

Mis hermanos y hermanas, estoy seguro de que muchas veces tenemos el deber y la responsabilidad de nadar contra la corriente y contra la ola de la tentación y del pecado. Al hacerlo, tendremos más fortaleza espiritual y podremos desempeñar nuestras responsabilidades divinas.

Thomas S. Monson, “La felicidad… la búsqueda universal”, Liahona, marzo de 1996, 4-5

Valor para defender la rectitud

En las cuatro décadas desde la Segunda Guerra Mundial, los niveles de moralidad han disminuido una y otra vez. En la actualidad hay más personas en la cárcel, en reformatorios, con libertad condicional, y en más problemas que nunca antes. Desde cuentas de gastos ficticias hasta grandes latrocinios, desde delitos menores hasta crímenes de pasión, las cifras son más altas y siguen incrementándose. La delincuencia asciende en espirales; la decencia desciende a toda velocidad. Muchos están en una gigantesca montaña rusa de desastre, buscando emociones del momento mientras sacrifican la felicidad eterna. Conquistamos el espacio pero no podemos controlarnos. Por lo tanto, perdemos el derecho a la paz.

¿Podemos de alguna manera reunir el coraje y esa firmeza de propósito que caracterizaba a los pioneros de una antigua generación? ¿Ustedes y yo, en hechos actuales, podemos ser pioneros? Un diccionario define a un pionero como “uno que va antes, mostrando a los demás el camino para seguir. ¡Oh, el mundo sí que necesita pioneros en la actualidad!”.

Olvidamos cómo los griegos y romanos prevalecieron magníficamente en un mundo primitivo y cómo ese triunfo terminó, cómo la pereza y la debilidad llegaron finalmente hacia ellos para arruinarlos. Al final, ellos quisieron más que libertad, querían seguridad, una vida cómoda; y lo perdieron todo––seguridad, comodidad y libertad. Desde la confusión de nuestro mundo moderno, las personas sinceras inquisitivamente se preguntan a sí mismos: “¿A quién debemos escuchar? ¿A quién debemos seguir? ¿A quién debemos servir?”

En la actualidad, el conflicto crónico se impregna hasta en el interior personal del Príncipe de Paz. Sin embargo, sobre los conflictos de contención declaró que el “espíritu de contención no es mío, sino es del diablo” (3 Nefi 11:29).

Pero si tenemos oídos que realmente escuchan, seremos conscientes del eco del antiguo Capernaúm. Aquí la multitud rodeaba a Jesús, trayendo a sus enfermos para ser sanados. Aquí un hombre paralítico levantó su lecho y anduvo, y la fe de un centurión romano restauró la salud de su siervo.

Muchos dieron la espalda a nuestro Hermano Mayor, quien decía: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Juan14:6), y siguieron ciegamente tras ese Flautista de Hamelín del pecado quién nos guiaría hacia pendientes resbalosas para nuestra propia destrucción. Satanás astutamente llama a almas con problemas con sonidos verdaderamente tentadores.

No respondan a este señuelo; por el contrario, manténganse firmes en la verdad. Los anhelos insatisfechos del alma no serán calmados por una búsqueda interminable de alegría entre las emociones de sensación y vicio. El vicio nunca lleva a la virtud. El odio nunca promueve el amor. La cobardía nunca proporciona coraje. La duda nunca inspira fe.

Some find it difficult to withstand the mockings and unsavory remarks of foolish ones who ridicule chastity, honesty, and obedience to God’s commands. But the world has ever belittled adherence to principle. When Noah was instructed to build an ark, the foolish populace looked at the cloudless sky, then scoffed and jeered—until the rain came.

Para algunos es difícil resistirse a las bromas y a observaciones desagradables de algunas personas tontas que ridiculizan la castidad, la honestidad, y la obediencia a los mandamientos de Dios. Pero el mundo siempre ha denigrado la adherencia al principio. Cuando se le mandó a Noé construir un arca, el tonto populacho miraba al cielo despejado, luego se mofaban y abucheaban–– hasta que llegó la lluvia.

Thomas S. Monson, “Ven, sígueme”, Ensign, Julio 1988, 2.