Thomas S. Monson habla acerca de su esposa mormonThomas S. Monson, actual profeta de los mormones, ha estado casado con Frances Monson desde su juventud.  Con frecuencia disfruta contar historias sobre ella.  A continuación algunas historias sobre sus años juntos:

En un baile para la clase de primer año en la Universidad de Utah, yo estaba bailando con una joven cuando a nuestro lado pasó bailando otra señorita cuyo nombre era Francés Johnson, a quien yo desconocía en ese momento.  Con una sola mirada me bastó para saber que me gustaría ser presentado a ella.  Pero ella se alejo bailando y no la vi sino hasta después de tres meses.  Un día, mientras esperaba el ómnibus en una esquina de la ciudad, levanté la vista y no pude creer lo que veía.  Allí estaba la joven que había visto bailando en el salón de la universidad, y estaba parada junto a otra joven y a un muchacho a quien reconocí como un antiguo compañero de escuela.  Lamentablemente no podía acordarme de cómo se llamaba; pero tenía que tomar una decisión y pensé: “Esta decisión requiere valor. ¿Qué debo hacer?”  En mi corazón reconocí el valor de aquella frase que dice: “Cuando llega el momento de la decisión, ya ha pasado el tiempo de la preparación”.

Me paré lo más derecho que pude, reuní mi valor y me dirigí hacia mi oportunidad.  Me acerqué al muchacho y le dije: “¡Hola, mi viejo amigo de los años de escuela!” El me saludó diciendo: “No recuerdo tu nombre”.  Se lo dije y él me dijo el suyo, y luego me presentó a la joven que más adelante llegaría a ser mi esposa.  Aquel día hice una anotación en mi agenda para visitar a Francés Beverly Johnson y así lo hice; esa decisión fue una de las más importantes que he tomado en mi vida.  Los jóvenes que están en ese tiempo particular de sus vidas tienen la responsabilidad de tomar decisiones semejantes.  Tienen la responsabilidad enorme de elegir con quién casarse… no elegir solamente con quién salir a pasear.

El élder Bruce R. McConkie dijo: “No hay nada más importante que casarse con la persona indicada, en el momento apropiado y en el lugar en que se debe hacer mediante la autoridad competente”.  Esperamos que vosotros evitéis los noviazgos demasiado breves.  Es importante que cada uno de vosotros conozca bien a la persona con la cual se piensa casar, que haya seguridad de que cada uno está buscando la misma senda teniendo los mismos objetivos presentes.

Thomas S. Monson, “Las decisiones determinan el destino”, Liahona, octubre de 1980, pág. 30.

La primera vez que vi a Frances supe que había encontrado a la persona indicada.  Más tarde, el Señor nos juntó, y le pedí que saliera conmigo.  Fui a su casa para recogerla, y cuando me presentó, su padre dijo: “‘Monson’, ése es un apellido sueco, ¿no es así?”

Le dije: “Sí”.

Él contestó: “Muy bien”.

Entonces fue a otra habitación y trajo una fotografía de dos misioneros con sombrero de copa y sus ejemplares del Libro de Mormón.

“¿Tiene algún parentesco con este Monson?”, dijo, “¿Elias Monson?”

Le dije: “Sí, es el hermano de mi abuelo; él también fue misionero en Suecia”.

El padre de ella lloró, cosa que hacía con facilidad, y dijo: “Él y su compañero fueron los misioneros que enseñaron el Evangelio a mis padres, a todos mis hermanos y hermanas, y a mí”.  Me besó en la mejilla, tras lo cual la madre lloró y me besó en la otra mejilla; miré a mi alrededor en busca de Frances, que dijo: “Iré a buscar el abrigo”.

Hace unos años, mi adorada Frances sufrió una grave caída; estuvo hospitalizada y permaneció en coma durante dieciocho días.  Yo permanecí a su lado, sin mover un músculo.  Los niños lloraron, los nietos lloraron, y yo lloré.  Permanecía totalmente inmóvil.

Entonces un día abrió los ojos y yo batí el récord de velocidad para llegar a su lado; le di un beso y un abrazo y le dije: “Has vuelto; te amo”.  Ella respondió: “Yo también te amo, Tom, pero tenemos serios problemas”.  Pensé: ¿Qué sabes tú de problemas, Frances? Me dijo: “Olvidé poner en el correo el pago de los impuestos del último trimestre”.

Le dije: “Frances, si me lo hubieras dicho antes de que me dieras el beso y me dijeras que me amabas, tal vez te hubiera dejado aquí”.

Hermanos, tratemos a nuestra esposa con dignidad y respeto; ellas son nuestras compañeras eternas.  Hermanas, honren a su marido; ellos necesitan oír buenas palabras; necesitan una sonrisa amigable; necesitan una cálida expresión de verdadero amor.

Thomas S. Monson, “Abundantemente bendecidos”, Liahona, mayo de 2008, págs. 111 – 112.

Doy gracias a mi Padre Celestial por Frances, mi dulce compañera.  En octubre próximo ella y yo celebraremos 60 maravillosos años de casados.  A pesar de que mi servicio en la Iglesia empezó cuando era muy joven, ella jamás se ha quejado cuando he salido de casa para asistir a reuniones o para cumplir una asignación.  Durante muchos años, mis asignaciones como miembro de los Doce hacían que con frecuencia me ausentara de Salt Lake City—a veces por cinco semanas— dejándola sola para cuidar de nuestros hijos pequeños y nuestro hogar.  Desde que fui llamado como obispo a los 22 años, raras veces hemos tenido el lujo de sentarnos juntos durante un servicio de la Iglesia.  No podría haber pedido una compañera más leal, amorosa y comprensiva.

Thomas S. Monson, “El mirar hacia atrás y seguir adelante”, Liahona, mayo de 2008, págs. 87-90