La vida familiar es un aspecto central del plan de Dios para nosotros. En un buen hogar, los hijos aprenden a vivir una vida cristiana y los preparan para una adultez productiva y significativa. Las personas que ponen a su familia primero encuentran que sus vidas están llenas con más significado que lo que ellos podrían encontrar en un estilo de vida tipo yo-primero. A continuación mencionamos algunos pensamientos de Thomas Monson, profeta mormón, sobre las familias y la vida familiar.

El hogar como una fuente de paz

familia mormonaCuando la tormenta azota los mares de la vida, el marinero sabio busca un puerto de paz. La familia, como tradicionalmente la hemos conocido, es dicho refugio seguro.

“El hogar es la base para una vida recta y no hay nada que pueda suplantarlo ni cumplir sus funciones esenciales”. En realidad, el hogar es mucho más que una casa. La casa se construye de madera, ladrillo y piedra. El hogar consiste de amor, sacrificio y respeto. Una casa puede ser un hogar, y éste puede ser un refugio cuando alberga a una familia. Cuando los verdaderos valores y las virtudes básicas son el fundamento de las familias que constituyen la sociedad, la esperanza vencerá a la desesperación, y la fe triunfará sobre la duda.

Tales valores, al enseñarse y vivirse en nuestras familias, serán como la ansiada lluvia para la tierra seca; se engendrará el amor; se realzará la lealtad a uno mismo y se fomentarán virtudes como el carácter, la integridad y la bondad. La familia debe ocupar su lugar primordial en nuestro modo de vida, ya que es el único cimiento sobre el que una sociedad de seres humanos responsables puede edificar el futuro mientras mantiene los valores que tanto aprecia en el presente.

Hay diversos tipos de hogares felices. Algunos son familias con padre, madre, hermanos y hermanas que viven juntos en un espíritu de amor. Otras consisten en un padre soltero con uno o dos hijos, mientras que otros hogares no tienen más que un inquilino. Sin embargo, existen algunos elementos particulares de un hogar feliz, sin importar el número ni el tipo de integrantes de la familia. Estos elementos son los siguientes:

La costumbre de orar.

Una fuente de aprendizaje.

Un legado de amor.

Thomas S. Monson, “Día de dedicación”, Liahona, enero de 2001, págs. 77–79

Las familias como la esperanza de la sociedad para el futuro

El lugar que ocupan los padres en el hogar y en la familia es de primordial importancia cuando examinamos nuestra responsabilidad personal al respecto. Un grupo de distinguidas personas se reunió en una conferencia para analizar las razones del incremento de la violencia, particularmente entre la juventud. Algunas de sus observaciones pueden ayudarnos a medida que examinamos nuestras prioridades:

“Una sociedad que contempla la violencia como un entretenimiento… no debiera sorprenderse cuando la violencia insensata destroza los sueños de sus ciudadanos más jóvenes e inteligentes…

“…El desempleo y el desaliento pueden conducirnos a la desesperanza, pero la mayoría de la gente no cometerá actos desesperados si se le enseña que la dignidad, la honradez y la integridad son más importantes que la venganza y el enojo, y si entiende que el respeto y la bondad ofrecerán al final una mejor oportunidad para el éxito…

“Las mujeres de esa conferencia sobre la prevención de la violencia hallaron la solución, la única solución capaz de rectificar la trayectoria hacia la conducta cada vez más destructiva y el dolor: el retorno a los valores familiares de antaño”6.

Con demasiada frecuencia creemos equivocadamente que nuestros hijos necesitan más cosas materiales, cuando en realidad en silencio nos imploran que pasemos más tiempo con ellos. La acumulación de bienes o la multiplicación de nuestras posesiones contradice las enseñanzas del Maestro:

“No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; “sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan.

“Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”7.

Una noche observé a un gran número de padres e hijos en Salt Lake City que iban de camino a un centro de entretenimiento para asistir a una representación de la obra “La bella y la bestia”. Detuve mi automóvil a un costado de la calle para contemplar aquella alegre multitud. Los padres, que indudablemente se dejaron persuadir para acudir al lugar, llevaban de la mano a sus preciados niños. Aquello era el amor en acción, un tácito mensaje de interés genuino, una reorganización del tiempo para satisfacer una prioridad a la manera de Dios.

En verdad, la paz reinará victoriosa una vez que mejoremos de acuerdo con el modelo que nos ha enseñado el Señor. Entonces podremos apreciar el profundo sentido espiritual de las sencillas palabras del familiar himno: “Oh que grato todo es cuando del hogar el amor el lema es…”.

Thomas S. Monson, “La búsqueda de la paz,” Liahona, Mar 2004, págs. 3–7

Happiness is Found at Home

La felicidad no consiste en la abundancia del lujo, el concepto del mundo de “pasarlo bien”; ni debemos buscarla en lugares lejanos y exóticos. La felicidad se encuentra en el hogar.

Todos recordamos el hogar de nuestra infancia. Es interesante que nuestros  pensamientos no reparen en si la casa era grande o pequeña, en si el vecindario era elegante o pobre, sino que nos regocijamos con las vivencias de lo que pasamos en familia. El hogar es el laboratorio de nuestra vida y lo que aprendamos en él determinará en gran medida lo que hagamos cuando abandonemos el techo paterno.

La señora Margaret Thatcher, que fue la primera ministra de Gran Bretaña, expresó esta profunda filosofía: “La familia es el material con el que se edifica la sociedad; es una guardería, una escuela, un hospital, un centro recreativo, un lugar de refugio y de descanso; abarca toda la sociedad; moldea nuestras creencias; es la preparación para el resto de nuestra vida”.

“El hogar es donde está el corazón”. “Hay que vivir en una casa largo tiempo para hacer de ésta un hogar”. “¡Hogar, dulce hogar!… Aunque sea humilde, no hay como el  hogar”. Dejamos de pensar en tan agradables recuerdos, y meditamos en nuestros padres ya fallecidos, en los hermanos ya grandes, en la infancia desaparecida. Lenta pero  ciertamente enfrentamos la certeza de que somos responsables del hogar que edificamos; tenemos que edificarlo con prudencia puesto que la eternidad no es un viaje corto. Habrá calma y viento, sol y sombra, alegría y dolor; pero si en verdad nos esforzamos, nuestro hogar puede ser un pedacito de cielo en la tierra. Lo que pensamos, lo que hacemos, la forma en que vivimos influye no  sólo en el éxito de nuestra jornada terrenal, sino que traza el camino a nuestras metas eternas.

En 1995, la Primera Presidencia y el Consejo de los Doce Apóstoles hizo pública una proclamación al mundo concerniente a la familia. Esta proclamación declara:

“Hay más posibilidades de lograr la felicidad en la vida familiar cuando se basa en las enseñanzas del Señor Jesucristo. Los matrimonios y las familias que logran tener éxito se establecen y mantienen sobre los principios de la fe, la oración, el arrepentimiento, el perdón, el respeto, el amor, la compasión, el trabajo y las actividades recreativas edificantes”

Thomas S. Monson, “Distintivos de un hogar felizLiahona, octubre de 2001, pág. 3