mormonLos templos mormones son los únicos edificios que no se utilizan para los servicios de adoración dominicales regulares. Mientras las capillas, donde se llevan a cabo estos servicios, están abiertos al público, los templos requieren permiso especial para asistir a ellos y son para las personas que han sido miembros de la iglesia por lo menos un año y han logrado un alto nivel de obediencia a los mandamientos de Dios. Sólo los adultos pueden asistir al templo excepto para un número limitado de situaciones. A continuación se encuentran algunos pensamientos y relatos de Thomas S. Monson, el profeta mormón, sobre estas construcciones sagradas.

El Templo como servicio

Ahora bien, mis hermanos y hermanas, hemos edificado templos por el mundo y seguiremos haciéndolo. A los que sean dignos y les sea posible asistir al templo, les exhorto a que vayan con frecuencia. El templo es un lugar donde podemos encontrar paz. Allí recibimos una renovada dedicación al Evangelio y una redoblada determinación de guardar los mandamientos.

Qué privilegio es poder ir al templo, donde podemos sentir la influencia santificadora del Espíritu del Señor. Se brinda un gran servicio cuando se llevan a cabo ordenanzas vicarias por aquellos que han pasado más allá del velo. En muchos casos no conocemos a las personas por quienes efectuamos la obra. No esperamos que nos den las gracias, ni tenemos la seguridad de que aceptarán lo que les ofrecemos; sin embargo, prestamos  servicio, y en ese proceso obtenemos lo que no se puede obtener de ninguna otra   manera: literalmente llegamos a ser salvadores en el monte de Sión. Así como nuestro Salvador dio Su vida como sacrificio vicario por nosotros, así también nosotros, en una pequeña medida, hacemos lo mismo cuando llevamos a cabo la obra vicaria en el templo por aquellos que no tienen la manera de seguir adelante a menos que los que estamos aquí en la tierra hagamos algo por ellos.

Thomas S. Monson, “Hasta que nos volvamos a encontrar”, Liahona, mayo de 2009, 112-14

Un Templo en Alemania

Un domingo por la mañana, el 27 de abril de 1975, estuve en la superficie de una roca ubicada entre las ciudades de Dresde y Meissen, sobre el Rio Elba, y ofrecí una oración por la tierra y su gente. Esa oración resaltó la fe de los miembros. Enfatizó los tiernos sentimientos de muchos corazones llenos de un deseo incontenible de recibir las bendiciones del templo. Se expresó una petición por la paz. Se pidió ayuda Divina. Dije las siguientes palabras: “Querido Padre, permite que éste sea el inicio de un nuevo día para los miembros de Tu Iglesia en este territorio”.

De pronto, a lo lejos en lo bajo del valle, una campana en el campanario de una iglesia comenzó a sonar y el cantar estridente de un gallo rompió el silencio de la mañana, cada uno anunciaba el comienzo de un nuevo día. Aunque mis ojos estaba cerrados, sentí el calor de los rayos solares llegar a mi rostro, a mis manos, a mis brazos. ¿Cómo podía suceder esto? Había estado lloviendo incesantemente toda mañana.

Al finalizar la oración, levanté la mirada al cielo. Me di cuenta de que un rayo de sol se abría paso entre una de las densas nubes, un rayo que envolvía el lugar donde nuestro estaba nuestro pequeño grupo. Desde ese momento supe que contábamos con ayuda divina.

La obra siguió adelante. La bendición suprema que se necesitaba fue el privilegio de que nuestros dignos miembros reciban sus investiduras y sus sellamientos.

Exploramos cada posibilidad. ¿Un viaje una vez en la vida al templo de Suiza? El gobierno lo rechazó. Tal vez el padre y la madre pueden podrían venir a Suiza dejando a los hijos. No es correcto. ¿Cómo sellar a los niños a padres cuando ellos no pueden arrodillarse en el altar? Era una trágica situación. Entonces, por medio del ayuno y de las oraciones de muchos miembros, y de una manera de lo más natural, los líderes del gobierno propusieron: En lugar de tener que llevar a su gente a Suiza para visitar un templo, ¿por qué ustedes no construyen un templo aquí en la República Democrática de Alemania? Se aceptó la propuesta, se obtuvo una parcela de propiedad escogida en Freiberg, y se dio la primera palada para un hermoso templo de Dios.

El día de dedicación fue una ocasión histórica. El presidente Gordon B. Hinckley ofreció la oración de dedicatoria. Ese día el cielo estuvo cerca.

Por su tamaño, este templo es uno de los más concurridos en la Iglesia. Este es el único templo donde uno hace una cita para participar en una sesión de investiduras. Este es el único templo que conozco del cual los presidentes de estaca dicen: “¿Qué podemos hacer? ¡Nuestra orientación familiar está algo baja porque todos en el templo!” Cuando escuché ese comentario, dije, “¡No está mal – nada mal!”

Thomas S. Monson, “Gracias a Dios”, Ensign, mayo de 1989, pág. 50

Un Templo en Canadá

Otra bendición trascendente llegó la última semana de agosto cuando un grandioso templo de Dios se dedicó en Toronto, Ontario, Canadá. En su reluciente gloria, el templo parece atraer a todo aquel que mira su esplendor, “¡Ven! Ven a la casa del Señor. Aquí se encuentra ‘descanso para el cansado y paz para el alma’”.

¡Y cómo llegó la gente! Primero atestaron las puertas abiertas al público, donde miraron respetuosa y calmadamente el interior del templo y aprendieron el propósito de su edificación y las bendiciones que el templo puede brindar. Un visitante describió la belleza del templo con estas palabras: “Este es un centro de serenidad”

Cuando estaba por retirarse del templo, una joven asiática dijo: “Mami, es hermoso estar aquí. No quiero irme”.

Una mujer sorprendió al acomodador con su solicitud: “Me he quedado tan impresionada con lo que he visto. ¿Cómo me uno a tu iglesia?”.

Luego llegaron los miembros fieles de la Iglesia a las sesiones de dedicatorias. Llegaron de Ontario y Quebec. Otros viajaron de aquellas ciudades de los Estados Unidos que son parte del distrito del templo. Algunos viajaron a Toronto desde lejanas Provincias Marítimas de Canadá. Ninguno de los que vinieron regresó a casa desilusionado.

Un joven de años mozos que estaba observando la ceremonia de la colocación de la piedra angular, siguiendo el espíritu de inspiración, fue llamado a que tome la paleta y ayudar en el sellado de la piedra angular.

Dora Valencia, quién había permanecido cuatro años en el Hospital Ajax de Ontario, se llenó de coraje y cumplió su deseo de asistir. Desde su cama de hospital, que fue movilizada sobre ruedas hasta el salón celestial, no sólo disfrutó del espíritu encontrado allí, sino que también ayudó a irradiar ese espíritu. Mientras pasaba por su lado, al salir del cuarto, miré su expresión de profunda gratitud hacia el Señor, me incliné hacia ella y tomé su mano. El cielo estaba bastante cerca.

Coros angelicales elevaron los espíritus al cielo a medida que cantaban el hermoso “Himno de Hosanna”. Cuando la congregación se unió a cantar con el coro “Tal como un fuego se ve ya ardiendo el Santo Espíritu del Gran Creador”, no hubo ojos que permanecieran secos ni corazones que no fueran tocados.

Los oradores relataron la historia de la Iglesia en el área de Toronto, y la hermosa oración dedicatoria en cada sesión susurró paz. Las palabras de Oliver Cowdery habladas de otro tiempo, parecían capturar el espíritu de la dedicación: “Esos fueron días para nunca olvidar”. (JS—H 1:71, nota).

Thomas S. Monson, “Days Never to Be Forgotten,” Ensign, Nov 1990, 67

 

Guía para jóvenes adolescentes mormonas

Jóvenes hermanas, las oportunidades que ustedes tienen para extenderse y bendecir las vidas de otros son ilimitadas. Piensen, por ejemplo, en el privilegio que ustedes tienen de asistir al sagrado templo, y allí, de ayudar a otros que han pasado al más allá al servir como representantes para proporcionarles las bendiciones del bautismo.

Una mañana cuando caminaba hacia el templo, vi a un grupo de mujeres jóvenes que, muy temprano esa mañana, había participado en los bautismos por aquellos que habían pasado al más allá. Sus cabellos estaban mojados. Sus sonrisas estaban  radiantes. Sus corazones estaban llenos de gozo. Una joven volteó a mirar el templo y expresó sus sentimientos: “Este ha sido el día más feliz de mi vida”, dijo.

Thomas S. Monson, “Tu Viaje Celestial”, Ensign, Mayo de 1999, pág. 96