Una de las maneras más eficaces de enseñar al mundo sobre el cristianismo es ser un ejemplo. Cuando vivimos nuestras vidas, estamos predicando un sermón acerca de nuestras creencias, y otros pueden juzgar a Jesucristo por nuestras acciones si hemos tomado Su nombre. Thomas S. Monson es el presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, cuyos miembros son a menudo llamados mormones. A menudo, Monson habla del poder de ser un ejemplo. A continuación, algunos de sus pensamientos sobre el tema, empezando por una explicación de por qué necesitamos nuestros propios ejemplos a seguir y finalizando con el ejemplo supremo de cómo vivir.
Algunos pueden preguntar: Pero, ¿cuál es el valor de una lista de tantos ilustres héroes y heroínas, aún un Salón de la Fama? Yo respondo: Cuando obedecemos como lo hizo Adán, perseveramos como lo hizo Job, enseñamos como lo hizo Pablo, testificamos como lo hizo Pedro, servimos como lo hizo Nefi, damos de nosotros mismos como lo hizo el Profeta José, respondemos como lo hizo Rut, honramos como lo hizo María, y vivimos como lo hizo Cristo, nosotros nacemos de nuevo. Todo el poder se vuelve nuestro. Se elimina por siempre el antiguo yo, y con él la derrota, la desesperación, la duda, y el no creer. Llegamos a una vida nueva––una vida de fe, esperanza, coraje y gozo. Ninguna tarea nos parece demasiado grande. Ninguna responsabilidad es demasiado pesada. Ningún deber es un pesar. Todas las cosas nos parecen posibles.
Thomas S. Monson, “Mi Propio Salón de la Fama”, Ensign, Jul 1991, 2
Tercero, ser un ejemplo en amor.
De Corintios procede esta hermosa verdad: «El amor nunca deja de ser»18.
Es agradable observar cuán prestamente respondió la Iglesia a los desastres naturales en Mozambique, Madagascar, Venezuela y muchos otros lugares. Con frecuencia hemos sido la primera organización en responder a tales tragedias y ofrecer la mayor ayuda. Hay también otras organizaciones que responden con similar generosidad.
¿Qué es el amor? Moroni, al escribir algunas palabras en cuanto a Mormón, su padre, declaró: «La caridad es el amor puro de Cristo, y permanece para siempre»19.
Un hombre que ejemplificó la caridad en su vida fue el presidente George Albert Smith. Inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, la Iglesia llevó a cabo una campaña para colectar ropa de abrigo para enviarla a sus miembros que sufrían en Europa. Los élderes Harold B. Lee y Marion G. Romney llevaron al presidente George Albert Smith a la Manzana del Plan de Bienestar de Salt Lake City para que viera los resultados. Estaban muy impresionados por la forma generosa en que respondió la gente de la Iglesia. Observaron que el presidente Smith contemplaba a los obreros que estaban empaquetando la ropa y los zapatos donados y vieron que las lágrimas le cubrían el rostro. Después de unos momentos, el presidente George Albert Smith se quitó su propio abrigo y dijo: «Envíen éste también».
Los hermanos le dijeron: «No, presidente, no; hace mucho frío y usted necesita ese abrigo».
Pero el presidente Smith no quiso tomarlo de vuelta. Y así fue que ese abrigo fue enviado, junto con todos los demás, a Europa, donde en esa época las noches eran largas y obscuras y la ropa muy escasa. Entonces llegaron allá los envíos. Y hubo sonoras expresiones de gozo y agradecimiento, así como también en secretas oraciones.
Thomas S. Monson, “Tu hogar eterno”, Conferencia General de abril de 2000.
A ustedes, los que son padres o líderes de jovencitos, les digo: traten de ser la clase de ejemplo que los muchachos necesitan. El padre, naturalmente, debe ser el ejemplo principal, y en verdad es afortunado el jovencito que es bendecido con un padre digno. Sin embargo, incluso una familia ejemplar, con padres diligentes y fieles, pueden aprovechar toda la ayuda y todo el apoyo que puedan recibir de hombres buenos que en verdad se interesan. Tenemos también al muchacho que no tiene padre, o cuyo padre no está dando en estos momentos el ejemplo que se necesita. Para ese jovencito, el Señor ha proporcionado una red de ayudantes dentro de la Iglesia: obispos, asesores, maestros, líderes de escultismo, maestros orientadores. Si el programa del Señor está en vigor y funcionando debidamente, ningún jovencito de la Iglesia deberá ir por la vida sin la influencia de hombres buenos.
La eficacia de un obispo, asesor o maestro inspirado poco tiene que ver con las apariencias exteriores de poder o con la abundancia de los bienes de este mundo. Los líderes más influyentes son por lo general los que siembran en los corazones la devoción a la verdad, los que hacen que la obediencia al deber parezca ser la esencia de la masculinidad, los que transforman alguna cosa ordinaria en algo desde donde podemos apreciar a la persona que aspiramos ser.
Thomas S. Monson, “Ejemplos de rectitud”, Liahona, mayo de 2008, págs. 65–68
Ruego que siempre tengamos la guía del Ejemplo supremo, sí, el hijo de María, el Salvador Jesucristo, cuya vida misma nos brindó un modelo perfecto que debemos seguir.
Nacido en un establo, acunado en un pesebre, descendió de los cielos para vivir en la tierra como hombre mortal y establecer el Reino de Dios. Durante Su ministerio terrenal, Él enseñó a los hombres una ley mayor. Su glorioso Evangelio reformó las ideas del mundo. Bendijo a los enfermos, hizo que el cojo caminara, que el ciego viera y que el sordo oyera. Aun resucitó a los muertos.
¿Y cómo reaccionó el mundo ante Su mensaje de misericordia, Sus palabras de sabiduría, Sus lecciones sobre la vida? Hubo unas cuantas almas preciosas que lo apreciaron, le lavaron los pies, aprendieron Su palabra y siguieron Su ejemplo.
Por otro lado, hubo muchos que lo rechazaron. Cuando Pilato les preguntó: “¿Qué, pues, haré de Jesús, llamado el Cristo?”19, ellos gritaron: “¡Sea crucificado!”20. Lo ridiculizaron, le dieron a beber vinagre, lo injuriaron, lo golpearon con una caña, le escupieron y lo crucificaron.
A través de las generaciones, el mensaje de Jesús ha sido el mismo. A Pedro y a Andrés, a orillas del hermoso mar de Galilea, Él dijo: “Venid en pos de mí”21. A Felipe de antaño dio el llamado: “Sígueme” 22. Al levita que estaba sentado al banco de los tributos públicos se le instruyó: “Sígueme” 23. Y a ustedes y a mí, si tan sólo escuchamos, nos llegará esa misma invitación: “Venid en pos de mí”.
Ruego hoy día que así lo hagamos. En el sagrado nombre de Jesucristo. Amén
Thomas S. Monson, “Modelos que debemos seguir”, Liahona, noviembre de 2002, pág. 60
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