Las mujeres ocupan un lugar especial en la Iglesia. Ellas son el centro del servicio y del hogar. Ellas dirigen, predican, enseñan y mantienen muchas posiciones en la Iglesia, y crean el corazón de sus familias. Gordon B. Hinckley, el profeta de los mormones, habla de las mujeres y su papel en la vida.
Through Ruth’s undeviating loyalty to Naomi, she was to marry Boaz, by which she-the foreigner and Moabite convert-became a great-grandmother of David and, therefore, an ancestor of our Savior Jesus Christ.
Un modelo de la mujer ideal es Rut. Al percibir la gran congoja de su suegra Noemí, quien padecía la pérdida de sus dos buenos hijos, sintiendo quizás el dolor de la desesperación y la soledad que afligían a Noemí en lo más profundo de su alma, Rut pronunció lo que ha llegado a ser una clásica declaración de lealtad: “No me ruegues que te deje, y me aparte de ti; porque a dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios”(Rut 1:16). Los actos de Rut manifestaron la sinceridad de sus palabras.
Mediante la firme lealtad de Rut hacia Noemí, ella se habría de casar con Booz, con lo cual ella, la extranjera y conversa moabita, llegó a ser bisabuela de David y, por ende, un antepasado de nuestro Salvador Jesucristo.
Thomas S. Monson, “Modelos que debemos seguir”, Liahona, noviembre de 2002, pág. 60.
Hermanas, ustedes son la personificación del amor. Ustedes iluminan su casa, guían con bondad a sus hijos y, si bien sus esposos son la cabeza del hogar, no hay duda de que ustedes son el corazón del hogar. Juntos, con respeto mutuo, y compartiendo las responsabilidades, forman un equipo indestructible.
Para mí es significativo que, cuando los hijos necesitan de cuidado y de atención amorosa, las buscan a ustedes: sus madres. Aun el hijo rebelde o la hija irresponsable, cuando se da cuenta de la necesidad de regresar al seno familiar, casi inevitablemente se acerca a la madre, la cual nunca se da por vencida cuando se trata de un hijo.
El amor de la madre hacer aflorar lo mejor de un hijo. Ustedes se convierten en el modelo que ellos seguirán.
La primera palabra que un niño aprende y dice en voz alta es por lo general la dulce expresión: «Mamá». Para mí es muy significativo que, en el campo de batalla o en la paz, con frecuencia, cuando la muerte está por llevarse a un hijo, su palabra final es casi siempre: «Mamá». Hermanas, ¡qué función tan noble es la de ustedes! Les testifico que sus corazones están llenos de amor.
Thomas S. Monson, “Sé un ejemplo”, Conferencia General de octubre de 2001.
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