Los mormones creen en los milagros. Creen en los milagros que se registraron en la Biblia, aquellos realizados por el Salvador, y en los que suceden hoy en día. Ellos saben que Dios obra sus milagros a través de Sus hijos. Las historias y los pensamientos que se muestran a continuación fueron compartidos por Thomas S. Monson, presidente de los mormones. Se tratan de milagros de todo tipo, pasados y presentes, pero como resultado del amor; Dios y Cristo gozan sirviendo a los demás.
Segundo, la fe precede al milagro. Siempre ha sido así y siempre lo será. No llovía cuando se le mandó a Noé construir un arca. No se veía ningún carnero en la zarza cuando Abraham se preparó para sacrificar a su hijo Isaac. José no veía todavía a los dos Personajes Celestiales cuando se arrodilló a orar. Primero viene la prueba de la fe, y luego el milagro. Recuerden que la fe y la duda no pueden existir en la misma mente al mismo tiempo, porque una hará desvanecer a la otra. Expulsen la duda; cultiven la fe.
Thomas S. Monson, “El llamamiento a servir”, Conferencia General de octubre de 2000.
Hace casi treinta años conocí a un muchacho, un presbítero que poseía la autoridad del Sacerdocio Aarónico. Siendo yo su obispo, era también su presidente de quórum. Este joven llamado Roberto era tartamudo, sin poder en ese sentido llegar a controlarse. Tenía complejo de inferioridad, era tímido, tenía miedo de la gente, y le abrumaba sobremanera el impedimento que tenía en el habla. Jamás cumplía una asignación, ni se atrevía a mirar a nadie a los ojos; siempre se le veía cabizbajo. Mas un día, tras una serie de circunstancias poco comunes, aceptó la asignación de llevar a cabo la responsabilidad sacerdotal de bautizar a otra persona.
Me senté a su lado en el salón anexo a la pila bautismal en este mismo recinto (el Tabernáculo de Salt Lake). El estaba vestido de blanco, preparado para la ordenanza que estaba a punto de llevar a cabo. Le pregunté cómo se sentía. Con la cabeza gacha y tartamudeando al punto que su habla era casi incoherente, me dijo que se sentía terriblemente nervioso.
Junto a él oré fervientemente a fin de que pudiera cumplir con su deber. Entonces, quien oficiaba como encargado de los servicios leyó las siguientes palabras: «Ahora, Nancy Ann McArthur será bautizada por el hermano Roberto Williams, presbítero» Roberto se puso de pie, caminó hacia el frente del salón, tomó a Nancy de la mano y la ayudó a entrar en el agua que limpia la vida del ser humano y provee un renacimiento espiritual. Elevó entonces su mirada como hacia los cielos; y manteniendo su brazo derecho en forma de escuadra, pronunció las palabras: «Nancy Ann McArthur, habiendo sido comisionado de Jesucristo, yo te bautizo en el nombre del Padre- y del Hijo, y del Espíritu Santo». No tartamudeó ni una sola vez. Pronunció admirablemente cada una de las palabras. Todos habíamos sido testigos de un milagro.
En el vestuario, al felicitarle, esperé escucharle hablar de la misma forma que lo había hecho en la pila bautismal; mas me equivoqué. Miró hacia abajo y tartamudeando me dio las gracias.
A cada uno de vosotros os testifico hoy de que cuando Roberto actuó en virtud de la autoridad del Sacerdocio Aarónico, habló con poder, con convicción v contó con ayuda celestial.
Thomas S. Monson, “Preparación del camino”, Conferencia General de abril de 1980
Permítanme compartir con ustedes un milagro de nuestros días que ocurrió hace varios años en la escuela secundaria de Murray, cerca de Salt Lake City, donde cada persona resultó ganadora y donde no hubo perdedores.
Un artículo del periódico realzó el evento con el titular: “Lágrimas, aplausos y verdadero espíritu en fiesta estudiantil: Alumnos eligen a dos jovencitas discapacitadas como reinas de Murray”. El artículo empezó así: “Ted y Ruth Eyre hicieron lo que todo padre haría.
“Cuando su hija Shellie llegó a calificar como finalista para el concurso de reina estudiantil de la Escuela Secundaria Murray, le aconsejaron que tuviera un espíritu comprensivo en caso de que no ganara. Le explicaron que sólo una de diez candidatas sería elegida reina…
“El jueves por la noche, cuando los oficiales del cuerpo estudiantil coronaron a la reina de la escuela en el gimnasio de ese centro docente, Shellie Eyre, por el contrario, experimentó nacido con el síndrome Down, fue seleccionada por sus compañeros como la reina estudiantil… Mientras Ted Eyre escoltaba a su hija hasta la cancha del gimnasio donde se presentaría a las candidatas, el público irrumpió en una ensordecedora aclamación y aplausos. Los recibieron con una gran ovación en la que todos se pusieron de pie”.
Se ofreció una ovación similar a las damas de honor de Shellie, una de las cuales, April Perschon, tiene discapacidades físicas y mentales como resultado de una hemorragia cerebral que sufrió cuando tenía sólo 10 años.
Una vez terminadas las ovaciones, el subdirector de la escuela dijo: “‘Esta noche… los alumnos votaron por la belleza interior’… Obviamente conmovidos, los padres, el personal docente y los alumnos lloraron sin reservas”.
Una estudiante dijo: “Estoy tan contenta; lloré cuando se presentaron. Creo que la Secundaria Murray es maravillosa por hacer eso’”.
Thomas S. Monson, “El profundo poder de la gratitud”, Liahona, setiembre de 2005, págs. 2-8
No conozco un pasaje de las Escrituras más conmovedor que el relato del Salvador en el que bendice a los niños, que se encuentra en 3 Nefi. El Maestro había hablado emotivamente a la gran multitud de hombres, mujeres y niños. Después, respondiendo a la fe y al deseo de ellos de que se quedara un poco más, los instó a que le llevaran a los lisiados, los ciegos y los enfermos para sanarlos; ellos aceptaron gozosos. El registro revela que él “los sanaba a todos” (3 Nefi 17:9). A esto siguió Su magnífica oración al Padre, de la cual la multitud dijo: “…Jamás el ojo ha visto ni el oído escuchado, antes de ahora, tan grandes y maravillosas cosas como las que vimos y oímos que Jesús habló al Padre” (3 Nefi 17:16).
Después de ese maravilloso acontecimiento, Jesús “…lloró… y tomó a sus niños pequeños, uno por uno, y los bendijo, y rogó al Padre por ellos…
“Y habló a la multitud, y les dijo: Mirad a vuestros pequeñitos.
“Y he aquí, al levantar la vista para ver, dirigieron la mirada al cielo, y vieron abrirse los cielos, y vieron ángeles que descendían del cielo… y bajaron y cercaron a aquellos pequeñitos… y los ángeles les ministraron” (3 Nefi 17:21, 23–24).
Una y otra vez reflexioné sobre esta frase: “…el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él” (Marcos 10:15).
Thomas S. Monson, “Y un niño los pastoreará”, Liahona, junio de 2002, págs. 2-7
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