Thomas S. Monson, Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, a veces llamada Iglesia Mormona, a menudo aconseja a los jóvenes sobre cómo hacer frente a los desafíos del crecimiento. En estos pasajes extraídos de discursos anteriores, él discute la importancia de los objetivos y de la fe en nuestra juventud a fin de crecer y superar las pruebas.
Es necesario preparar y planificar a fin de no desperdiciar nuestras vidas. Sin una meta, no se puede lograr el verdadero éxito. Una de las mejores definiciones de éxito que he escuchado es más o menos así: El éxito es la realización progresiva de un ideal encomiable. Alguien ha dicho que el problema de no tener una meta es que podemos pasar la vida ocupados sin lograr nada que valga la pena.
Hace años había una canción romántica e imaginativa que tenía estas palabras: “El sólo desearlo lo hará realidad; sólo sigue deseando y tus inquietudes se esfumarán”. Quiero declarar aquí y ahora que el desear no reemplazará la preparación minuciosa para afrontar las pruebas de la vida. La preparación es trabajo arduo pero es absolutamente esencial para nuestro progreso.
Nuestra jornada hacia el futuro no será una carretera llana que se extienda de aquí a la eternidad; por el contrario, habrá bifurcaciones y bocacalles, y, naturalmente, baches inesperados. Debemos orar a diario a un Padre Celestial amoroso que desea que triunfemos en la vida.
Prepárense para el futuro.
Thomas S. Monson, “En busca de tesoros”, Liahona, mayo de 2003, pág. 19
Les suplico, mis jóvenes hermanos y hermanas, que recuerden quiénes son. Ustedes son hijos e hijas del Dios Todopoderoso. Tienen un destino que cumplir, una vida que vivir, una contribución que realizar, una meta que alcanzar. El futuro del reino de Dios en la tierra se nutrirá, en parte, con la devoción de ustedes.
Recordemos que la sabiduría de Dios puede parecer locura a los hombres, pero la mayor lección que podemos aprender en esta vida es que cuando Dios habla y nosotros obedecemos, siempre estaremos haciendo lo correcto. Algunas personas insensatas dan la espalda a la sabiduría de Dios y van tras los encantos de las modas pasajeras, la atracción de la falsa popularidad y la emoción del momento. Su conducta se asemeja a la desastrosa experiencia que tuvo Esaú, quien cambió su primogenitura por un guisado de lentejas.
¿Y cuáles son los resultados de tal acción? Les testifico que el alejarse de Dios no trae sino convenios rotos, sueños hechos añicos, ambiciones que se desvanecen, planes que desaparecen, expectativas frustradas, esperanzas derrumbadas, apetitos mal empleados, caracteres depravados y vidas destrozadas.
Les suplico que eviten ese atolladero de arenas movedizas. Ustedes son de noble primogenitura y la exaltación en el reino celestial es su meta.
Esa meta no se logra con un solo glorioso intento, sino que es el resultado de toda una vida de rectitud, de una acumulación de elecciones que la deseada nota más alta de la libreta de calificaciones, la recompensa de la vida eterna requiere esfuerzo. La nota más alta es el resultado de cada redacción, cada prueba, cada clase, cada examen y cada trabajo escrito. De manera que cada lección en la Iglesia, cada oración, cada cita, cada amigo y cada baile, todos preceden la meta del matrimonio en el templo, ese paso gigante para llegar a alcanzar la nota más alta de la libreta de calificaciones de la vida.
Nuestra meta es desarrollarnos al máximo de nuestro potencial; es sobresalir y esforzarnos por alcanzar la perfección. Sin embargo, recuerden que nuestra labor en esta vida no es el ir por delante de los demás, sino el ir por delante de nosotros mismos. El batir nuestro propio récord, el vivir más rectamente de lo que vivimos en el pasado, el soportar nuestras pruebas de forma más hermosa de lo que jamás soñamos, el dar como nunca antes hemos dado, el hacer nuestro trabajo con más ahínco y con mejores resultados que nunca, ése es el verdadero objetivo y, para lograrlo, debemos tomar la determinación de aprovechar al máximo las oportunidades que se nos presenten. Debemos alejarnos de las tentadoras artimañas y de las trampas que de manera tan ávida y cuidadosa nos ofrece “el viejo llamado desidia”. Hace dos siglos, Edward Young dijo que “la desidia es el ladrón del tiempo”. En realidad, la desidia es mucho más que eso; es el ladrón del autorrespeto; nos fastidia y arruina nuestra diversión; nos priva de la plena realización de nuestras ambiciones y esperanzas. Sabiendo esto, debemos volver a la realidad con el certero conocimiento de que “éste es mi día de las oportunidades y no lo voy a malgastar”.
Thomas S. Monson, “El faro del Señor: un mensaje a la juventud de la Iglesia”, Liahona, mayo de 2001, pág. 2
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