A Thomas S. Monson le gusta enseñar a través de historias. Se caracteriza porque es ampliamente leído y porque le encanta compartir tanto historias de grandes obras de la literatura como historias reales acerca personas normales que hicieron cosas extraordinarias. A continuación, algunas de las historias que ha compartido sobre los actos de compasión, un tema favorito del profeta.
Realización de un milagro
Hace muchos años, una severa sequía azotó el Valle del Lago Salado. Las mercancías del almacén de la Manzana de Bienestar no eran de la calidad acostumbrada, y tampoco eran abundantes. Faltaban muchos productos, en especial fruta fresca. Siendo yo entonces un joven obispo, sumamente preocupado por las necesidades de muchas de las viudas de mi barrio, la oración que hice una noche es singularmente sagrada para mí. Rogué al Señor diciéndole que aquellas viudas, que se contaban entre las mejores mujeres que conocía en el mundo y cuyas necesidades eran sencillas y modestas, no tenían recursos de los que pudieran valerse.
A la mañana siguiente, recibí una llamada de un miembro del barrio que era propietario de una tienda de frutas y verduras. “Obispo”, dijo, “quisiera enviar un camión lleno de naranjas, pomelos [toronjas] y plátanos al almacén del obispo para que se distribuyan entre los necesitados “¿Podría usted hacer los arreglos necesarios?” ¡Qué pregunta! ¡Sí que podía hacer los arreglos! Se avisó al almacén; después, se llamó a cada obispo y toda esa mercadería fue distribuida (Thomas S. Monson, “Los huérfanos y las viudas: amados de Dios” Liahona, agosto de 2003, págs. 3-7).
Amor por el prójimo
Hace unos años leí un relato de la agencia de noticias Reuters sobre un vuelo sin escalas de la compañía aérea Alaska Airlines procedente de Anchorage, Alaska, y con destino a Seattle, Washington, con 150 pasajeros y que se tuvo que desviar a una ciudad remota debido a una misión misericordiosa para rescatar a un joven herido de gravedad. Elton Williams III, de dos años, se había cortado la arteria de un brazo al caer sobre un vidrio mientras jugaba cerca de su hogar en Yakutat, a 725 km al sur de Anchorage. Los profesionales de la salud solicitaron a la aerolínea que pasara a buscar al niño, para lo cual el vuelo de Anchorage a Seattle se tuvo que desviar a Yakutat.
Los paramédicos decían que el niño se desangraba muy deprisa y que probablemente no llegaría vivo a Seattle, por lo que el avión voló 320 km hasta Juneau, la ciudad más cercana que contaba con un hospital y allí dejaron al niño. Entonces, el avión prosiguió su viaje hasta Seattle. Los pasajeros llegaron con dos horas de retraso; la mayoría había perdido los enlaces con otros vuelos, pero ninguno se quejó; de hecho, buscaron en sus monederos e hicieron una colecta para el niño y su familia.
Más tarde, cuando el vuelo estaba a punto de aterrizar en Seattle, los pasajeros estallaron de júbilo cuando el piloto les comunicó que le habían notificado por radio que Elton se iba a poner bien. Ciertamente, allí se manifestó el amor por el prójimo (Thomas S. Monson, “El ejemplo del Maestro”, Liahona, enero de 2003, págs. 3-7)
El ejemplo de un profeta
Una de las personas que ejemplificó la caridad fue el presidente George Albert Smith (1870–1951). Inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, la Iglesia inició una campaña para recolectar ropa de abrigo a fin de enviarla a los santos que sufrían en Europa. El presidente Harold B. Lee (1899–1973), que era entonces miembro del Quórum de los Doce Apóstoles, y el élder Marion G. Romney (1897–1988), que era Ayudante de los Doce, llevaron al presidente Smith a la Manzana de Bienestar de Salt Lake City para que viera los resultados; se quedaron muy impresionados ante la forma generosa en que habían respondido los miembros de la Iglesia. Los hermanos se fijaron en que mientras el presidente Smith observaba a los trabajadores que empaquetaban la enorme cantidad de ropa y zapatos donados, le corrían lágrimas por las mejillas; después de unos momentos, quitándose el sobretodo nuevo que llevaba puesto, les dijo: “Por favor, envíen esto también”.
Los hermanos le dijeron: “No, Presidente, no lo mande; hace mucho frío aquí y le hace falta el abrigo”.
Pero el presidente Smith se negó a aceptarlo, por lo que su abrigo, junto con todos los demás, fue enviado a Europa, donde las noches eran largas y oscuras y la ropa y la comida muy escasas. Entonces llegaron los cargamentos y hubo expresiones de gozo y de agradecimiento, tanto vocales como en secretas oraciones (Thomas S. Monson, “El plano del Maestro”, Liahona, enero de 2006, págs. 3-7).
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