Discurso de la Conferencia General de octubre de 1986
La necesidad de tener valor llegó a mi vida de la manera más dramática y vívida hace algunos 50 años.
Yo estaba sirviendo como obispo. La sesión general de la conferencia de estaca se estaba llevando a cabo en el edificio de la Asamblea. Nuestra presidencia de estaca iba a ser reorganizada. El Sacerdocio Aarónico, incluyendo miembros de obispados, estaba proveyendo la música para la conferencia. Cuando terminamos de cantar nuestra primera selección, el Presidente Joseph Fielding Smith, el visitante de nuestra conferencia, se paró en el púlpito y leyó para el sostenimiento y aprobación, los nombres de la nueva presidencia de estaca. Estoy seguro que los otros miembros de la presidencia de estaca habían sido informados de sus llamamientos, pero yo no. Después de leer mi nombre, el Presidente Smith anunció: “Si el hermano Monson esta dispuesto a responder a este llamamiento, tendremos el placer de escuchar de él en este momento”.
A medida que me paré en el púlpito y vi hacia el mar de caras de todos los presentes, recordé el himno que acabábamos de cantar. Su título era “Ten Valor, Mi Muchacho, para decir No”. Ese día seleccioné como mi propio título, “Ten Valor, Mi Muchacho, para decir Sí”.
La jornada de la vida no es llevada por la autopista desprovista de obstáculos, y trampas, es un camino marcado por bifurcaciones. Las decisiones están constantemente enfrente de nosotros. Las decisiones determinan el destino.
El llamado del valor llega constantemente a nosotros. Los campos de batalla de la guerra testifican de actos de valor. Algunos son impresos en las páginas de libros o en rollos de película, mientras que otros están indeleblemente impresos en el corazón humano.
El valor de un líder militar fue registrado por un hombre joven de infantería que vestía el uniforme de la confederación durante la Guerra Civil de las Américas. El describe la influencia del General J.E.B. Stuart con estas palabras: “En un punto crítico en la batalla, el saltó con su caballo cerca de la compañía y cuando el había alcanzado el centro de la brigada, mientras que los otros hombres en voz alta lo animaban, el saludó con su mano hacia el enemigo y gritó, ‘¡Adelante hombres! ¡Adelante! Sólo síganme’.
“Los hombres estaban locos de entusiasmo. El más cobarde de la tierra hubiera sentido emoción en su sangre, y su corazón saltar de gozo con valor y resolución. Los hombres se entregaron como una torrente brava enfrentando sus barreras”. (Emory M. Thomas, Dragón: La Vida de J.E.B. Stuart [1986]. 211-12).
Anteriormente, y en otra tierra distante, otro líder había lanzado la misma súplica: “Sígueme” (Mateo 4:19). El no era un general de guerra. Al contrario, El era el Príncipe de Paz, el Hijo de Dios. Aquellos que lo siguieron en ese entonces, y los que lo siguen ahora, ganan una victoria mucho más significativa, con consecuencias eternas. Pero la necesidad del valor es constante. El valor siempre es necesario.
Escrituras con ejemplos de valor
Las sagradas escrituras describen la evidencia de esta verdad. José, hijo de Jacob, el mismo que fue vendido en Egipto, demostró la firme resolución de valor cuando la esposa de Potifar intentó seducirlo: “No hay otro mayor que yo en esta casa, y ninguna cosa que ha reservado sino a ti, por cuanto tú eres su mujer; ¿cómo pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios? Y…huyó y salió. (Génesis 39:9-10).
En nuestro tiempo, un padre aplicó este ejemplo de valor a las vidas de sus hijos al declarar: “Si alguna vez se encuentran donde no deben estar, ¡salgan!”.
El profeta Daniel demostró un valor supremo al defender lo que él sabía que era correcto y al demostrar valor para orar, a pesar que fue amenazado de muerte si él lo hacía (vea Daniel 6).
El valor esta caracterizado en la vida de Abinadí, como se muestra en el Libro de Mormón por su buena voluntad de ofrecer su vida en lugar de negar la verdad (vea Mosíah 11:20; 17:20).
Cualquiera también puede ser inspirado por las vidas de los 2,000 hijos de Helamán quienes enseñaron y demostraron la necesidad del valor para seguir las enseñanzas de sus padres, el valor de ser castos y puros.
Quizá cada una de estas historias están coronadas por el ejemplo de Moroni, quien tuvo el valor de perseverar hasta el fin en rectitud (vea Moroni 1:10).
“Él no lo dejará, ni lo abandonará”
Todos fueron fortalecidos con las palabras de Moisés: “Esforzaos y cobrad ánimo; no temáis, ni tengáis miedo de ellos, porque Jehová tu Dios es el que va contigo; no te dejará, ni te desamparará”. (Deuteronomio 31:6). Él no les falló. Él no nos fallará. Él no los desamparó. Él no nos desamparará.
Fue este conocimiento que incitó el valor de Colón –dicha resolución de registrar en su barco una lista una y otra vez: “Hoy seguimos navegando”. Fue este testigo el que motivó al Profeta José a declarar, ‘Voy como cordero al matadero; pero me siento tan sereno como una mañana veraniega” (D&C 135:4).
Tenga el Valor de Defender sus Principios
Es esta dulce seguridad que nos puede guiar a usted y a mí –en nuestro tiempo, en nuestro día, en nuestras vidas. “Por supuesto que nos enfrentaremos al miedo, experimentaremos ridículo, y oposición. Tengamos el valor de desafiar el consenso, el valor de defender los principios. Valor, no compromiso, trae la sonrisa como señal de la aprobación de Dios. El valor trae una vívida virtud cuando tiene propósito, no solamente por querer morir como hombre, sino como una determinación de vivir decentemente. Un cobarde moral es alguien que tiene miedo de hacer lo que el cree que es correcto porque otros no aprobarán o se reirán. Recuerde que todos los hombres temen, pero aquellos que enfrentan sus temores con dignidad tienen valor también”.
De mi propia cronología de valor, permítanme compartir con ustedes dos ejemplos: uno del Servicio Militar, y una experiencia de un misionero.
Valor de un marinero de la Segunda Guerra Mundial
El entrar a la Marina de los Estados Unidos en los meses cercanos al fin de la Segunda Guerra Mundial fue una experiencia desafiante para mí. Aprendí de obras valientes y actos de valor. Una que recuerdo mejor fue el gran valor de un marinero de 18 años de edad –no de nuestra fe –quien no era orgulloso para orar. De los 250 hombres en el grupo, el era el único que cada noche se hincaba a la orilla de la camilla, a veces en medio de los curiosos que se burlaban y las bromas de los que no creían, y con la cabeza baja, oraba a Dios. El nunca dudaba. El nunca vaciló. El tenía valor.
El servicio misional siempre se ha caracterizado por el valor. Uno que respondió a este llamado fue Randall Ellsworth. Mientras servía en Guatemala como misionero para La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, Randall Ellsworth sobrevivió un devastador terremoto que sacudió a Guatemala el 4 de febrero de 1976. Un pilar calló sobre su espalda, paralizándole sus piernas y dañándole severamente sus riñones. El fue el único norteamericano herido por el terremoto, el cual cobró las vidas de 30,000 personas.
Después de haber recibido tratamiento médico, el fue llevado por avión a un hospital más grande cerca de su casa en Rockville, Maryland. Mientras que se encontraba confinado allí, un periodista realizó una entrevista que yo presencié en televisión. El reportero preguntó, “¿Puede usted caminar?”
La respuesta fue: “Todavía no, pero lo haré”.
“¿Usted cree que podrá completar su misión?”
La respuesta llegó así: “Otros piensan que no, pero yo lo haré. Con el presidente de mi iglesia orando por mí y a través de las oraciones de mi familia, mis amigos, y mis compañeros de misión, yo caminaré y regresaré a Guatemala. El Señor quiere que enseñe el evangelio allí por dos años y eso es lo que voy a hacer”.
A eso siguió un largo período de terapia, acompañado de un heroico pero silencioso valor. Poco a poco, podía sentir sus membranas casi muertas. Más terapia, más valor, más oración.
Al final, Randall Ellsworth caminó por el pasillo del avión que lo llevaba de regreso a su misión a la cual había sido llamado –de regreso a la gente que él amaba. Dejando atrás una línea de escépticos y varios que dudaban, pero también cientos de asombrados del poder de Dios, del milagro de la fe, y del ejemplo de valor.
A su regreso a Guatemala, Randall Ellsworth se apoyaba así mismo con la ayuda de dos bastones. Sus pasos eran lentos y deliberados. Y un día, cuando se paró frente a su presidente de misión, el Elder Ellsworth escuchó estas casi increíbles palabras dirigidas a él. “Usted ha sido el ganador de un milagro”, dijo el presidente de misión. “Su fe ha sido premiada. Si usted tiene la confianza necesaria, si usted tiene una fe abundante, si usted tiene un valor supremo, deje esos dos bastones en mi escritorio y camine”.
Después de una larga pausa, primero un bastón y luego el otro, y el misionero caminó. Era doloroso –pero el caminó, y nunca necesitó los bastones otra vez.
En la primavera de 1986 yo enseñé nuevamente el valor demostrado por Randall Ellsworth. Diez años habían pasado desde esta tragedia. El ahora era ya un esposo y padre.
Una invitación llegó a mi oficina. Esta leía: “El Presidente y Directores de la Universidad de Georgetown anuncian la graduación de la Escuela de Medicina.” Randall Ellsworth recibió su Doctorado de Medicina. Más esfuerzo, más estudio, más fe, más sacrificio, más valor fueron necesarios. El precio fue pagado, la victoria ganada.
Espero que cada uno de nosotros seamos participantes activos –no solamente espectadores- con el poder del evangelio. Que podamos tener valor en todo, valor en los conflictos, valor de decir no, valor de decir sí, porque el valor cuenta.
Comentarios recientes