Thomas S. Monson es el profeta y presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Los miembros de la Iglesia son conocidos a menudo como mormones. El Presidente Monson ha sido siempre un hombre muy centrado, cuyo servicio en la iglesia se inició a una edad inusualmente temprana. Hoy en día, como líder de los mormones, él alienta a los miembros de la Iglesia a centrarse en hacer la obra del Señor y en vivir una vida con sentido. A continuación se presentan algunas de sus reflexiones sobre el tema de las metas:
Tres metas para guiarlos
En noviembre de 2007, el Presidente Monson se dirigió a las mujeres de la Iglesia. Les ofreció las tres metas que podrían establecer para guiar sus vidas: Estudiar diligentemente, Orar fervientemente y Servir de buena voluntad. De la primera, estudiar diligentemente, él dijo:
Además de nuestro estudio sobre temas espirituales, el aprendizaje secular es también esencial. Por lo general, se desconoce el futuro; por lo tanto, es necesario que nos preparemos para las situaciones inciertas. Las estadísticas demuestran que en algún momento, debido a enfermedad o al fallecimiento del esposo, o por necesidades económicas, ustedes desempeñarán el papel del proveedor económico. Algunas ya ocupan ese lugar. Les insto a procurar obtener instrucción académica, si es que aún no lo están haciendo o no lo han hecho, con el fin de estar preparadas para mantener el hogar si las circunstancias lo hicieran necesario.
Sus talentos aumentarán a medida que estudien y aprendan. Podrán ayudar mejor a sus familias en su aprendizaje y se sentirán tranquilas al saber que se han preparado para las eventualidades de la vida.
La segunda meta que deseo mencionar es: Orar de todo corazón.
Mis queridas hermanas, no oren para recibir tareas que igualen su habilidad, sino oren para recibir la habilidad para cumplir con esas tareas. De ese modo, el desempeño de sus tareas no será un milagro, sino que ustedes mismas serán el milagro.
Por último: prestar servicio de buena voluntad. Claro está que se encuentran rodeadas de oportunidades para prestar servicio. No hay duda de que a veces ven tantas de esas oportunidades que en cierta forma se sientan abrumadas. ¿Por dónde comenzar? ¿Cómo hacerlo todo? ¿Cómo escoger, entre todas las necesidades que ven, en dónde y cómo prestar servicio?
Muchas veces, todo lo que se requiere son pequeños actos de servicio para elevar y bendecir a los demás: una pregunta acerca de alguien de la familia, unas palabras de aliento, un sincero cumplido, una pequeña nota de agradecimiento o una breve llamada telefónica. Si somos observadores y nos mantenemos informados, y si actuamos de acuerdo con la inspiración que recibimos, podemos hacer mucho bien. Naturalmente, a veces se necesita más que eso.
Hace poco me enteré de un amoroso acto de servicio que se le brindó a una madre cuando sus hijos eran muy pequeños. Con frecuencia, ella se levantaba a medianoche para atender a sus pequeños, como las madres suelen hacerlo. En ocasiones, su amiga y vecina que vivía enfrente iba a verla al día siguiente y le decía: “Vi luces encendidas durante la noche y sé que estuviste levantada con los niños. Me los voy a llevar a casa un par de horas para que puedas dormir un rato”. Esa madre dijo: “Me sentía tan agradecida por su cálido ofrecimiento que no fue sino hasta que eso hubo sucedido varias veces que me di cuenta de que si ella había visto mis luces encendidas a medianoche era porque ella también estaba levantada con alguno de sus hijos, y que necesitaba una siesta tanto como yo. Me enseñó una gran lección y desde ese entonces he tratado de ser observadora como ella, para buscar oportunidades de prestar servicio a los demás”.
Thomas S. Monson, “Tres metas para guiarte”, Liahona, noviembre de 2007, págs.118–21
Somos de una noble primogenitura
Somos de una noble primogenitura. La vida eterna en el reino de nuestro Padre es nuestra meta.
Tal objetivo no se logra en un intento glorioso, sino más bien es el resultado de toda una vida de rectitud, una acumulación de decisiones sabias, incluso una constancia de propósito. Al igual que la codiciada A en la libreta de calificaciones de un curso difícil y obligatorio, la recompensa de la vida eterna requiere esfuerzo. La calificación A es el resultado de cada tema, cada prueba, cada clase, cada examen, cada proyecto de investigación, cada trabajo de fin de curso. De modo que cada lección de la Escuela Dominical, cada maestro de los Hombres y Mujeres Jóvenes, cada oración, cada fecha, cada amigo – todos preceden a la meta del matrimonio en el templo, aquel paso gigante hacia una calificación A en la libreta de calificaciones de la vida.
Hace algún tiempo regresé de un viaje de 30.000 millas, cuya duración fue un mes, a las estacas y las misiones del Pacífico Sur. Cuando el gran avión a chorro estuvo por los cielos, miré por la ventana y quedé maravillado de las estrellas por las que el navegador trazó nuestro curso. Mis pensamientos estaban fijos en nuestra gloriosa juventud, me dije a mí mismo: “Los ideales son como las estrellas – no se las puede tocar con las manos, pero al seguirlas alcanzamos nuestro destino”.
¿Cuáles son los ideales que debemos seguir y que nos traerán las bendiciones que tanto buscamos, incluso la conciencia tranquila, un corazón lleno de paz, un amoroso esposo o esposa, una familia sana, una casa feliz?
Puedo sugerir estos tres:
• Elija a sus amigos con cautela.
• Planee su futuro con propósito.
• Enmarque su vida con fe.
Thomas S. Monson, “Crisis at the Crossroads,” New Era, noviembre de 2002, pág. 5
La vida es una acumulación de elecciones
Ustedes son de noble primogenitura y la exaltación en el reino celestial es su meta. Esa meta no se logra con un solo glorioso intento, sino que es el resultado de toda una vida de rectitud, de una acumulación de elecciones prudentes e incluso de constancia de propósito. Al igual que la deseada nota más alta de la libreta de calificaciones, la recompensa de la vida eterna requiere esfuerzo. La nota más alta es el resultado de cada redacción, cada prueba, cada clase, cada examen y cada trabajo escrito. De manera que cada lección en la Iglesia, cada oración, cada cita, cada amigo y cada baile, todos preceden la meta del matrimonio en el templo, ese paso gigante para llegar a alcanzar la nota más alta de la libreta de calificaciones de la vida.
Nuestra meta es desarrollarnos al máximo de nuestro potencial; es sobresalir y esforzarnos por alcanzar la perfección. Sin embargo, recuerden que nuestra labor en esta vida no es el ir por delante de los demás, sino el ir por delante de nosotros mismos. El batir nuestro propio récord, el vivir más rectamente de lo que vivimos en el pasado, el soportar nuestras pruebas de forma más hermosa de lo que jamás soñamos, el dar como nunca antes hemos dado, el hacer nuestro trabajo con más ahínco y con mejores resultados que nunca, ése es el verdadero objetivo y, para lograrlo, debemos tomar la determinación de aprovechar al máximo las oportunidades que se nos presenten. Debemos alejarnos de las tentadoras artimañas y de las trampas que de manera tan ávida y cuidadosa nos ofrece “el viejo llamado desidia”. Hace dos siglos, Edward Young dijo que “la desidia es el ladrón del tiempo”. En realidad, la desidia es mucho más que eso; es el ladrón del auto-respeto; nos fastidia y arruina nuestra diversión; nos priva de la plena realización de nuestras ambiciones y esperanzas. Sabiendo esto, debemos volver a la realidad con el certero conocimiento de que “éste es mi día de las oportunidades y no lo voy a malgastar”.
Thomas S. Monson, “El faro del Señor: Un mensaje para la juventud de la Iglesia”, Liahona, mayo de 2001, pág. 3
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