La mortalidad es la pieza central de nuestra vida eterna. Vivíamos con Dios antes de que naciéramos y viviremos en el cielo después de morir. El periodo intermedio es la mortalidad y éste es un tiempo planificado para aprender, crecer, amar y dar. Thomas S. Monson, presidente y profeta de los mormones, habla de esta parte central y especial de nuestras vidas.
Cuando los comparamos con estas verdades, los asuntos de la vida cotidiana nos parecen bastante triviales. ¿Qué comeremos esta noche? ¿Podremos ir hoy al cine? ¿A dónde iremos de paseo el sábado? Esas preguntas son totalmente insignificantes cuando se presentan momentos de crisis, cuando nuestros seres queridos sufren, cuando el dolor irrumpe en el hogar donde se gozaba de salud, o cuando la vida misma parece llegar a su fin, quizás prematuramente; entonces, inmediatamente se separan la verdad de las trivialidades terrenales. El alma del hombre se dirige hacia el cielo buscando una respuesta divina a las preguntas más importantes de la vida: ¿De dónde vinimos? ¿Por qué estamos aquí? ¿Hacia dónde vamos después de la muerte? Las respuestas no se encuentran en ningún libro de texto, ni se consiguen llamando por teléfono a ningún servicio de información, ni tratando de adivinarlas, ni en ningún examen académico. Esas preguntas trascienden lo mortal y abarcan la eternidad.
Thomas S. Monson, “Una invitación a la exaltación”, Liahona, julio de 1988, pág 52.
En días soleados, al medio día, por las calles de Salt Lake City, abundan hombres y mujeres que por un momento salen de su encierro en los altos edificios de oficinas y se entretienen en esa delicia universal llamada «ver aparadores». En ocasiones, yo también participo de ella.
Un miércoles me detuve ante el elegante escaparate de una prestigiada mueblería y lo que llamó mi atención por un momento, no fue un sofá bellamente diseñado, ni una silla de apariencia confortable que estaba a su lado; tampoco la bella lámpara que pendía del techo. En vez de eso, mis ojos se posaron sobre un pequeño letrero colocado en un rincón, a la derecha del cristal. Su mensaje era breve: «Se solicitan acabadores de madera».
El almacén necesitaba algunas de aquellas personas que poseen talento y destreza para dar los últimos toques de lijado, pulido y barnizado a los finos y caros muebles que la firma fabricaba y vendía. «Se solicitan acabadores,» las palabras permanecieron en mi mente al retornar a las actividades del día.
En la vida, como en los negocios, siempre hay necesidad de esas personas que podrían llamarse acabadores, ya que terminan la obra que comenzaron. Su categoría es poca, sus oportunidades muchas y su contribución grande.
Desde el principio hasta la actualidad, una pregunta fundamental permanece para ser contestada por todo aquel que está en la carrera de la vida: ¿Fallaré? ¿Terminaré? Dependiendo de esta respuesta, recibimos las bendiciones de gozo y felicidad aquí en la mortalidad, y la vida eterna en el mundo venidero.
Thomas S. Monson, “Se solicitan acabadores”, Conferencia General de abril de 1972
Lo que necesitamos en nuestro viaje a través de este largo período conocido como mortalidad es una brújula para trazar nuestro camino, un mapa para guiar nuestros pasos, y un patrón según el cual podamos moldear y formar nuestras propias vidas. Deseo compartir con ustedes una fórmula que a mi juicio los ayudará y me ayudará a viajar a través de la mortalidad y hasta el gran premio de la exaltación en el reino celestial de nuestro Padre Celestial.
Primero, llene su mente con la verdad; segundo, llene su vida con el servicio, y tercero, llene su corazón con amor.
Thomas S. Monson, “Formula for Success,” Ensign, Mar 1996, 2
El profeta Noé era un “varón justo… perfecto en sus generaciones”, que “con Dios caminó”11. Habiendo sido ordenado al sacerdocio a temprana edad, “se convirtió en predicador de la rectitud y declaró el Evangelio de Jesucristo… enseñando fe, arrepentimiento, bautismo y la recepción del Espíritu Santo”12. Advirtió a la gente que el no prestar atención a su mensaje acarrearía inundaciones sobre los que escucharan su voz y, a pesar de ello, no obedecieron sus palabras.
Noé obedeció el mandato de Dios de construir un arca para que él y su familia se libraran de la destrucción; siguiendo instrucciones de Dios llevó al arca una pareja o más de toda criatura viviente a fin de que también se salvaran de las aguas.
El presidente Spencer W. Kimball (1895–1985) dijo en una conferencia general, hace más de medio siglo: “Y como aún no había evidencias de lluvia ni de diluvio…sus amonestaciones se consideraron irracionales… ¡Qué absurdo construir un arca en tierra seca, mientras el sol brillaba y la vida transcurría normalmente! Pero el tiempo de gracia se acabó… vino el diluvio y los desobedientes…se ahogaron. El milagro del arca fue el resultado de la fe que se manifestó al construirla”13
Noé tuvo una fe inquebrantable para obedecer los mandamientos de Dios. Ojalá que siempre hagamos lo mismo. Recordemos que muchas veces la sabiduría de Dios parece tontería para el hombre; pero la lección más grande que podemos aprender en la tierra es que cuando Él nos habla y le obedecemos, siempre haremos lo correcto.
Thomas S. Monson, “Nos marcaron el camino a seguir”, Liahona, octubre de 2007, pág. 2–7
Hace algunos años, la Iglesia solía publicar carteles y tarjetas tamaño billetera en los que se imprimían mensajes específicos de verdad y aliento para los jóvenes y señoritas. Esa serie de publicaciones llevaba el siguiente encabezamiento: “Sé ´sincero contigo mismo”. Uno de los mensajes contenía esa verdad inspiradora y profunda: “La virtud tiene su propia recompensa”.
“Aprended, más bien, que el que hiciere obras justas recibirá su galardón, sí, la paz en este mundo y la vida eterna en el mundo venidero”.
La tentación forma parte de la vida y es algo que toda persona que viaja por el camino de la mortalidad llegará a experimentar de una manera u otra. No obstante, el apóstol Pablo, al reconocer esta verdad, nos aseguró, “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también justamente con la tentación la salida, para que podáis soportar”.
Se dice que la conciencia nos advierte como amiga antes de que nos castigue como juez. Las palabras de un jovencito son un sermón en sí; cuando le preguntaron cuándo se sentida más feliz, respondió: “Soy más feliz cuando tengo la conciencia tranquila”:
Thomas S. Monson, “La felicidad…la búsqueda universal”, Liahona, marzo de 1996.
La decisión de cambiar la vida y acercarse a Cristo quizás sea la más importante de la vida mortal. Ese cambio tan dramático ocurre diariamente en todo el mundo.
En Alma, capítulo 5, versículo 13, se describe este milagro personal: “Y he aquí… en sus corazones… se efectuó un gran cambio; y se humillaron, y pusieron su confiaza en el Dios verdadero y viviente”.
El convenio del bautismo de que habla Alma hace que todos nosotros escudriñemos la sinceridad de nuestra alma:
“Y ya que deseáis entrar en el redil de Dios y ser llamados su pueblo, y estáis dispuestos a llevar las cargas los unos de los otros para que sean ligeras;
“Sí, y estáis dispuestos a llorar con los que lloran; sí, y a consolar a los que necesitan consuelo, y ser testigos de Dios en todo tiempo, y en todas las cosas y en todo lugar…
«Os digo ahora, si éste es el deseo de vuestros corazones, ¿qué os impide de ser bautizados en el nombre del Señor, como testimonio ante él de que habéis concertado un convenio con él de que lo serviréis y guardaréis sus mandamientos, para que él derrame su Espíritu más abundantemente sobre vosotros?» 3
Thomas S. Monson, “Ellos vendrán”, Liahona, mayo de 1997, pág. 49.
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