mormon-missionariesLa obra misional requiere sacrificio, madurez y un testimonio. Los varones o mujeres jóvenes que quieran servir deben comenzar a prepararse en su infancia.  En estas citas el  presidente Monson comparte pensamientos e historias que sugieren cómo deben prepararse los jóvenes para servir como misioneros mormones.

Los estudios que hemos realizado indican que la mayoría de los que abrazan el mensaje de los misioneros han tenido otros contactos con La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días: quizás hayan escuchado el magnífico Coro del Tabernáculo Mormón; quizás hayan leído o visto informes en la prensa acerca de nuestro bien viajado presidente Gordon B. Hinckley y sus hábiles participaciones en entrevistas sobre muchos y variados temas; o quizás sólo se trate de que conozcan a una persona que es miembro y a quienes respetan.  Nosotros como miembros debemos ser lo mejor que podamos.  Nuestra vida debe reflejar las enseñanzas del Evangelio y nuestro corazón y nuestra voz deben estar siempre listos para compartir la verdad.

El hermanamiento de los investigadores debe empezar mucho antes del bautismo.  Las enseñanzas de los misioneros necesitan a menudo el segundo testimonio de alguien que recientemente se haya convertido a la Iglesia.  Es mi experiencia que tal testimonio, que sale del corazón de alguien que haya pasado por ese gran cambio, producen determinación y cometido.  Cuando serví como presidente de misión en el este de Canadá, nos dimos cuenta de que en Toronto, al igual que en la mayoría de las ciudades de Ontario y Quebec, no había falta de ayuda voluntaria para acompañar a los misioneros y para hermanar a los investigadores, darles la bienvenida a las reuniones y presentarlos a los oficiales y miembros del barrio o la rama.  El hermanar, el brindar amistad y el reactivar son actividades cotidianas en la vida de los Santos de los Últimos Días.

Thomas S. Monson, “Ellos vendrán”,  Liahona, julio de 1997, pág. 49.

Un día, me encontraba en la sección de ropa para hombres de una gran tienda cuando vi a dos misioneros con sus respectivas madres.  No es difícil reconocerlos.  Los dos élderes conversaban, y uno le dijo al otro: “¿Y adónde vas a la misión?”  El interrogado le contestó: “Voy a Austria”.

El primero entonces le dijo: “¡Qué suerte tiene de ir a Austria!  Los bellos Alpes austriacos, la espléndida música, la gente encantadora.  ¡Ojalá yo fuera allá!”

“Y adónde vas tú?”, le preguntó a su vez el que iba a Austria.

“A California”, fue la respuesta.  Como sabes queda a menos de dos horas en avión.  Vamos allí todos los años de vacaciones”.

Por la expresión del rostro de las madres y observando que uno de los misioneros estaba al borde de las lágrimas, comprendí que yo debía intervenir.  “¿Dijo usted California?, le pregunté.  “Una vez supervisé esa área.  Su llamamiento ha sido inspirado.  ¿Se da cuenta de lo que tendrá en California y que le servirá de ayuda?  Habrá capillas y centros de estaca por todas partes, y estarán llenos de Santos de los Últimos Días que recibirán inspiración para ayudarle en la obra proselitista. Es usted muy afortunado al ir allá.   Miré a la madre del otro joven, que me dijo: “Hermano Monson, diga algo de Austria, ¡rápido!”  Y así lo hice.

Jóvenes, a dondequiera que sean llamados será el lugar indicado para ustedes, y aprenderán a amar la misión.

Thomas S. Monson, “…Haced discípulos a todas las naciones”, Liahona, julio de 1995, pág. 54.

Somos un pueblo misionero; tenemos el divino mandato de proclamar el mensaje de la Restauración.  Vosotros, los jóvenes que estáis aquí, ya os halláis en el umbral de la misión. Alma, aquel dinámico misionero del Libro de Mormón, nos da un plan de conducta misional: «Esta es mi gloria, que quizás pueda ser un instrumento en las manos de Dios para conducir a algún alma al arrepentimiento; y este es mi gozo» (Alma 29:9).

Agrego mi testimonio: Nuestros misioneros no son comerciantes que quieren vender su mercancía, sino que son siervos del Dios Altísimo que quieren expresar su testimonio, enseñar verdades y salvar almas.

Todo misionero que sale en respuesta a un llamamiento sagrado se convierte en un siervo del Señor, cuya obra ésta es.  No temáis, jóvenes, porque Él estará con vosotros.  El nunca nos falla. y nos ha prometido: «Iré delante de vuestra faz. Estaré a vuestra diestra y a vuestra siniestra, y mi Espíritu estará en vuestro corazón, y mis ángeles alrededor de vosotros, para sosteneros» (D. y C. 84:88).

«Y saldréis por el poder de mi Espíritu, de dos en dos, predicando mi evangelio en mi nombre, alzando vuestras voces como si fuera con el son de trompeta, declarando mi palabra cual ángeles de Dios» (D. y C. 42:6).

Thomas S. Monson, “Los que anuncian buenas nuevas”, Conferencia General de octubre de 1987

El servicio misional es difícil y requiere largas horas de estudio y preparación, a fin de que el misionero esté a la altura del mensaje divino que proclama.  Es una labor de amor, pero también de sacrificio y devoción al deber.

La madre de un futuro misionero me preguntó una vez ansiosamente qué le correspondería a su hijo que aprendiera antes de recibir su llamamiento misional.  Estoy seguro de que esperaba una respuesta profunda sobre los requisitos más conocidos para el servicio, que nos resultan familiares a todos.  No obstante, le dije: “Enséñele a su hijo a cocinar; pero lo que es más importante aún, enséñele a llevarse bien con los demás.  Será mucho más feliz y útil si adquiere esas dos importantes habilidades”.

Jovencitos, cuando ustedes aprenden sus deberes de diácono, maestro y presbítero, y luego llevan a cabo esos deberes con determinación y amor, sabiendo que están en los asuntos del Señor, se están preparando para la misión.

Thomas S. Monson, “El que honra a Dios, Dios le honra”, Liahona, enero de 1996, 54