En la más reciente Conferencia General, Thomas S. Monson, el profeta de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, habló de tener buen ánimo.  Cuando se dirigió a los mormones y a los no mormones, él dijo:

mormon-general-conference“Desde que nos reunimos la última vez, hace seis meses en la conferencia general, ha habido señales constantes de que las circunstancias mundiales no son necesariamente lo que quisiéramos.  La economía global, que hace seis meses parecía estar declinando, parece haberse ido a pique, y durante muchas semanas el panorama económico ha sido un tanto sombrío; además, las bases morales de la sociedad siguen decayendo, mientras que los que tratan de proteger ese fundamento a menudo son ridiculizados y a veces perseguidos.  Y las guerras, los desastres naturales y las desgracias personales siguen ocurriendo.

Sería fácil desanimarnos y perder la fe en cuanto al futuro —o incluso tener temor de lo que pueda venir— si sólo nos concentráramos en lo que está mal en el mundo y en nuestra vida.  Sin embargo, hoy quisiera que nuestros pensamientos y nuestras actitudes dejen de lado los problemas que nos rodean y se concentren en las bendiciones que tenemos como miembros de la Iglesia.  El apóstol Pablo declaró: “…no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio”.

Fiel a su estilo, el Presidente Monson ilustró cómo es posible tener buen ánimo incluso en los momentos más difíciles.  Una historia que particularmente tocó el corazón de los oyentes hablaba de una mujer alemana SUD (mormona) que vivía en Prusia Oriental al inicio de la Segunda Guerra Mundial.  Su esposo había sido asesinado durante la guerra y ella y sus cuatro hijos se encontraron viviendo en un territorio ahora ocupado por otras personas.  La fuerza de ocupación ordenó a todos los alemanes retirarse del territorio.  Sin tener ninguna forma de transporte, ella empezó una jornada de casi unos mil seiscientos kilómetros a pie.  Se le permitió llevar sólo su pequeña carreta de ruedas y lo que cupiera en ella.

La jornada comenzó a finales de verano.  No tenían dinero, por lo que se vieron obligados a recoger alimentos de los campos que estaban a lo largo del camino.  Cuando llegó el invierno, sólo se envolvían los pies con tela burda porque sus zapatos se habían deshecho.  La joven madre llevaba a su bebé en los brazos y su hijo mayor, un niño de siete años, tiraba de la pequeña carreta.  Evadían a las tropas y a otros refugiados que podrían resultar peligrosos.

Luego sus hijos comenzaron a morir.  Ella enterró a cada uno de los tres mayores, uno por uno, excavando sus sepulturas con una cuchara de cocina porque era todo lo que tenía para hacerlo.  Imagine excavar toda una tumba con sólo una cuchara y un corazón quebrantado.  Por último, poco antes de finalizar la jornada, la bebita murió y esta vez, ya no tenía la cuchara y cavó la tumba con sus dedos durante varias horas insoportables, arrodillada en el hielo y la nieve congelada.  En ese momento, ella sintió que lo había perdido todo – toda su familia, su casa, incluso su país.  Se encontró a sí misma contemplando la alternativa del suicidio.

Mientras pensaba terminar con su vida, el Espíritu Santo le dijo que se arrodillara y orara.  Ella no hizo caso pero finalmente obedeció.  Esta fue su oración:

No temas

“Querido Padre Celestial, no sé cómo seguir adelante.  Ya no me queda nada, salvo mi fe en Ti,  Padre, en la desolación de mi alma, siento una gran gratitud por el sacrificio expiatorio de Tu Hijo Jesucristo.  No logro expresar adecuadamente mi amor por Él.  Yo sé que debido a que Él sufrió y murió, yo viviré de nuevo con mi familia; que debido a que Él rompió las cadenas de la muerte, veré de nuevo a mis hijos y tendré el gozo de criarlos.  Aunque en este momento no tengo deseos de vivir, lo haré, para que nos volvamos a reunir como familia y, juntos, regresemos a Ti”.

A medida que oraba, se le recordó que no importaba lo doloroso que pudiera ser la vida en la tierra, había una gran promesa para ella si mantenía su espíritu.  Las creencias mormonas incluyen el conocimiento de que Dios es nuestro amoroso Padre en el Cielo y que Jesucristo murió por nosotros para que podamos vivir de nuevo.  Los mormones también enseñan que las familias pueden estar juntas para siempre.  Dios nos ama demasiado como para apartar a nuestras familias de nuestro lado si las queremos lo suficiente y hacemos lo que se necesita para mantenerlas para siempre.  Fue el conocimiento de estas tres cosas que le dio el coraje de volver a pie y terminar su recorrido en la vida.

El Presidente Monson dijo: “Cuando finalmente llegó a su destino, en Karlsruhe, Alemania, estaba consumida.  El hermano Babbel dijo que tenía el rostro de color gris morado, los ojos rojos e hinchados, y las articulaciones prominentes.  Se encontraba, literalmente, en un avanzado estado de inanición.  Poco después, en una reunión de la Iglesia, dio un glorioso testimonio, en el que afirmó que, de toda la gente aquejada de problemas en su triste país, ella era una de las más felices porque sabía que Dios vivía, que Jesús es el Cristo, y que Él murió y resucitó a fin de que viviésemos de nuevo.  Testificó que sabía que, si seguía fiel y leal hasta el fin, volvería a reunirse con los seres que había perdido y recibiría la salvación en el reino celestial de Dios”. [El reino celestial es el lugar donde Dios habita y donde también nosotros podemos vivir si vivimos nuestras vidas para Él]

Los mormones a menudo enseñan que el evangelio no es un evangelio de temor.  Las Escrituras están llenas de advertencias para que seamos alegres y no tengamos miedo.  Esto puede resultar difícil cuando parece que el mundo se está cayendo a pedazos y los medios de comunicación están decididos a mantenernos en un estado de temor a fin de vender periódicos o aumentar el rating.  Sin embargo, si hacemos todo lo que podemos para prepararnos para los tiempos difíciles, entonces podemos optar por confiar en Dios, u optar por tener miedo.  Usted no puede controlar lo que sucede pero sí puede elegir su actitud.

El presidente Monson finalizó su discurso con esta admonición

“En las Santas Escrituras leemos: “Mas he aquí, los justos, los santos del Santo de Israel, aquellos que han creído en [Él], quienes han soportado las cruces del mundo… éstos heredarán el reino de Dios… y su gozo será completo para siempre”.

Les testifico que las bendiciones prometidas son incalculables. Aunque las nubes se arremolinen, aunque las lluvias desciendan sobre nosotros, nuestro conocimiento del Evangelio y el amor que tenemos por nuestro Padre Celestial y nuestro Salvador nos consolarán y nos sostendrán, y darán gozo a nuestro corazón al caminar con rectitud y guardar los mandamientos. No hay nada en este mundo que pueda derrotarnos.

Mis queridos hermanos y hermanas, no teman. Sean de buen ánimo. El futuro es tan brillante como su fe.

Declaro que Dios vive y que Él escucha y contesta nuestras oraciones. Su Hijo Jesucristo es nuestro Salvador y Redentor. Nos esperan las bendiciones del cielo. En el nombre de Jesucristo. Amén”.

Si desea leer el discurso completo:

Sed de buen ánimo (texto)

Si desea escuchar o mirar este discurso, ingrese a lds.org y baje hasta sesión del domingo por la mañana

Sed de buen ánimo (todas las opciones)