En una reciente Conferencia General de los mormones (una conferencia semi-anual que se transmite a nivel mundial) Thomas Monson se dirigió a los hombres y jóvenes de la Iglesia Mormona y les habló sobre la importancia de tomar decisiones sabias. Él analizó el proceso en tres aspectos: derecho, responsabilidad y resultados.
Para entender el principio del discurso, usted debe entender una doctrina importante en las creencias mormonas. Los mormones creen que hemos vivido en el Cielo con Dios antes de nacer. Éramos espíritus, lo que significa que no teníamos un cuerpo físico, pero teníamos nuestras propias personalidades. Éramos nosotros mismos y estábamos pasando ese tiempo preparándonos para venir a la tierra. Hemos aprendido del Evangelio y desarrollamos una estrecha relación con Dios. Empezamos a desarrollar nuestro testimonio y a decidir qué tipo de persona éramos y cuánto nos importaba lo que Dios nos estaba enseñando. Estábamos preparando el escenario para nuestra vida futura. Aquellos que tienen hijos saben que los niños nacen con distintas personalidades identificables. Estas personalidades pueden ser moldeadas y formadas por los padres, las experiencias de vida y nuestras propias decisiones, pero empezamos como personas únicas.
Después de un tiempo, Dios nos dijo que era momento de salir de casa e ir al mundo. Como los padres saben, los niños realmente descubren lo que son cuando están solos y toman decisiones sin la presencia de sus padres. Él nos aseguró que tendríamos un Salvador para expiar nuestros pecados, un acceso constante a Dios a través de la oración personal y la posibilidad de arrepentirnos. También tendríamos un don muy esencial, uno que teníamos desde el momento en que fuimos creados como espíritus. Tendríamos albedrío, la capacidad de elegir por nosotros mismos. Cuando hemos aprendido acerca de Dios y Jesucristo, nosotros tuvimos la libertad de rechazar o aceptar, pero por supuesto, también tuvimos que aceptar las consecuencias.
Cuando este plan fue presentado, Satanás se rebeló contra él. El presidente Monson dijo: “Sabemos que antes de que este mundo fuese, teníamos nuestro albedrío y que Lucifer trató de quitárnoslo. Él no confiaba en el principio del albedrío o en nosotros, y abogó por imponer la salvación. Insistía en que con su plan no se perdería nadie, pero no parecía reconocer —o quizás no le importaba— que además de eso, nadie tendría más sabiduría, más fuerza, más compasión ni más agradecimiento si se seguía su plan.”
El plan de Satanás fue que cada acción, cada pensamiento, cada decisión sea tomada por nosotros—por Satanás— y que todo nuestro amor, lealtad y adoración vayan sólo a él, no a Dios. Debido a que teníamos nuestro albedrío, el mismo albedrío que Satanás quería que usáramos para renunciar a él, Dios nos permitió decidir por nosotros mismos. Podríamos seguir a Satanás y apartarnos del plan de Dios, si así lo hemos elegido. Pero podríamos también, en cambio, optar por seguir a Jesucristo, que se ofreció a servir como nuestro Salvador si seguíamos el plan de Dios. Thomas Monson explicó:
“Nosotros, los que elegimos el plan del Salvador, sabíamos que nos embarcaríamos en una jornada peligrosa y difícil, porque caminamos por los caminos del mundo y pecamos y caemos, alejándonos de nuestro Padre. Pero el Primogénito en el Espíritu se ofreció a Sí mismo como sacrificio para expiar los pecados de todos. A través de un sufrimiento indescriptible, Él llegó a ser el gran Redentor, el Salvador de toda la humanidad, lo que hace posible que regresemos con éxito a nuestro Padre.
El profeta Lehi nos dice: “Así pues, los hombres son libres según la carne y les son dadas todas las cosas que para ellos son propias. Y son libres para escoger la libertad y la vida eterna, por medio del gran Mediador de todos los hombres, o escoger la cautividad y la muerte, según la cautividad y el poder del diablo; pues él busca que todos los hombres sean miserables como él”(2 Nefi 2:27 en el Libro de Mormón).
Lamentablemente, un tercio de los espíritus en el Cielo prefirieron la seguridad que pensaban que Satanás les estaba ofreciendo. No se les pudo convencer de que Jesús estaba ofreciendo la única forma de verdadera felicidad. Optaron por seguir a Satanás y se les negó, al igual que a Satanás, el derecho a nacer y disfrutar de las bendiciones de la expiación del Salvador Jesucristo. Todos los demás vinieron a la tierra para vivir el plan de Dios, lo que significa que si usted está aquí, ha elegido sabiamente.
Esto, entonces, es el primer aspecto, el derecho de elegir. El tener la capacidad de tomar decisiones nos da la oportunidad de convertirnos en todo lo que Dios ha soñado para nosotros—o rechazarlo y perder la vida. La decisión es nuestra. El presidente Monson nos recuerda a menudo, tal como lo hace en este discurso, que las decisiones determinan el destino. Cada vez que tomamos una decisión importante, estamos decidiendo el destino de nuestra vida eterna. Está en nuestras manos. Dios y Jesucristo amorosamente establecen el escenario y nos proporcionan todas las herramientas que necesitamos. No podemos regresar al Cielo sin ellos. Nosotros no tenemos la capacidad de recibir la salvación eterna sin la gracia de Dios y las bendiciones del extraordinario don desinteresado de la expiación que el Salvador nos concedió cuando tomó nuestros pecados en el Jardín de Getsemaní y murió por nosotros en la cruz. Pero si aceptamos los dones y los convertimos en la parte central de nuestras vidas, podemos volver a casa con Dios. Ellos han hecho su parte y están dispuestos a ayudarnos cuando pedimos su ayuda, pero ahora depende de nosotros. ¿Amamos a Dios lo suficiente como para mantener sus mandamientos y para saber lo que es verdad?
Esto es lo que se entiende cuando el presidente Monson dice que tenemos la responsabilidad de elegir. La responsabilidad es el segundo aspecto en el discurso.
“No podemos ser neutrales; no hay un terreno intermedio. El Señor lo sabe; Lucifer lo sabe. Mientras vivamos en esta tierra, Lucifer y sus huestes nunca abandonarán la esperanza de obtener nuestras almas.
Nuestro Padre Celestial no nos lanzó en nuestra jornada eterna sin proporcionar los medios por los cuales pudiésemos recibir de Él guía divina para ayudarnos en nuestro regreso a salvo al final de la vida mortal. Me refiero a la oración. Me refiero, también, a los susurros de esa voz suave y apacible que llevamos en nuestro interior, y yo no paso por alto las Santas Escrituras, escritas por marineros que navegaron con éxito los mares que nosotros también debemos cruzar.
Cada uno de nosotros ha venido a esta tierra con todos los medios necesarios para tomar decisiones correctas. El profeta Mormón nos dice: “…a todo hombre se da el Espíritu de Cristo para que sepa discernir el bien del mal”. (Moroni 7:16 en el Libro de Mormón).
A veces puede parecer que Dios nos ha puesto en un camino demasiado duro. Hay tantas opciones y muchas tentaciones. El presidente Monson nos recuerda que si optamos por tener la ayuda de Dios y vivir dignos, el Espíritu Santo susurrará las direcciones que nos ayudarán en nuestro camino. Las tentaciones vienen, pero ninguna es insuperable. Pablo, el apóstol de Jesús, prometió: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser atentados más de lo que podáis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar” (1 Corintios 10:13, versión del Rey Santiago de la Biblia).
El último aspecto de las decisiones son los resultados. Cada vez que hacemos una elección hay una consecuencia. Podemos elegir qué hacer, pero no podemos elegir las consecuencias, ya sea para nosotros o para las personas que se ven afectadas por nuestras decisiones, pero no han hecho las elecciones. A veces, por ser mortales, cometemos errores. El presidente Monson nos recuerda que cuando esto sucede, la expiación del Salvador nos permite arrepentirnos. Cuando nos arrepentimos plenamente, Dios se olvida de nuestros pecados.
La vida no es fácil, pero vale la pena cuando experimentamos las maravillosas bendiciones eternas que Dios nos ha prometido.
“Su meta es la vida eterna en el reino de nuestro Padre. Esa meta no se logra en un glorioso intento, sino que es el resultado de toda una vida de rectitud, la acumulación de buenas decisiones, incluso una constancia de propósito. Al igual que con cualquier cosa que realmente valga la pena, la recompensa de la vida eterna requiere esfuerzo.”
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