¿Qué es un pionero?
Este verano se cumplirán 159 años desde que los pioneros, bajo la inspirada dirección de Brigham Young, entraron en el Valle del Gran Lago Salado y proclamaron: “Éste es el lugar. ¡Adelante!”.
Si bien a menudo rendimos honores a los grandes líderes y a aquellos que los siguieron en ese trayecto histórico, deseo hacer mención de otros “pioneros” que precedieron aquel viaje. Al hacerlo, me detengo a pensar en una definición que el diccionario da de la palabra pionero: “Persona que va delante a preparar o abrir el camino a los que vendrán después”.
Retrocedamos en las páginas de la historia y viajemos a otros lugares a fin de visitar a varias personas que, en mi opinión, merecen llamarse pioneros.
Una de ellas fue Moisés. Criado en la corte de Faraón y enseñado en toda la sabiduría de los egipcios, llegó a ser poderoso en sus palabras y obras. Uno no podría separar a Moisés, el gran legislador, de las tablas de piedra que Dios le dio y sobre las cuales fueron escritos los Diez Mandamientos. Éstos debían obedecerse entonces y deben obedecerse hoy en día.
Moisés soportó constante frustración cuando algunos de sus fieles seguidores volvieron a sus costumbres anteriores. Aunque lo desilusionaron con sus acciones, él siguió amando y guiando a los hijos de Israel, y los sacó de la esclavitud egipcia. Ciertamente Moisés fue un pionero.
Otra persona que fue pionera es Rut, quien dejó a su pueblo, a sus familiares y su país a fin de acompañar a Noemí, su suegra, para adorar a Jehová en Su tierra y adoptar las costumbres de Su pueblo. Cuán importante fue la obediencia que Rut le rindió a Noemí y el posterior matrimonio con Booz, por medio de quien ella —la forastera y conversa moabita— llegó a ser bisabuela de David y, por consiguiente, antepasada de Jesucristo.
El libro de la Santa Biblia que lleva su nombre contiene un lenguaje de estilo poético que refleja su espíritu de determinación y valentía. “Respondió Rut: No me ruegues que te deje, y me aparte de ti; porque a dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios.
“Donde tú murieres, moriré yo, y allí seré sepultada; así me haga Jehová, y aun me añada, que sólo la muerte hará separación entre nosotras dos”.
Sí, Rut, la preciada Rut, fue pionera. También otras mujeres fieles fueron pioneras, tales como María, la madre de Jesús; María Magdalena; Ester y Elisabet. No debemos olvidar a Abraham, a Isaac y a Jacob, ni a Isaías, a Jeremías, a Ezequiel, ni a algunas otras personas de épocas posteriores.
Thomas S. Monson, “Guiados por pioneros espirituales”, Liahona, agosto de 2006, págs. 2–8.
Los antepasados pioneros del presidente Monson
No es de sorprender que a medida que se presenta el tema de los pioneros, el recuerdo de cada uno va hacia su propia línea familiar. Por lo general se encuentran ejemplos que se ajustan a la definición de pionero: “Alguien que va adelante mostrando a los demás el camino a seguir”. Algunos, si no todos, hicieron grandes sacrificios al dejar la comodidad y una vida más fácil para responder al firme llamado de la fe que recién habían encontrado.
Dos de mis bisabuelos se ajustan al modelo de muchos de ellos. Gibson y Cecelia Sharp Condie vivían en Clackmannan, Escocia. Sus familiares trabajaban en minas de carbón en paz con el mundo, rodeados de familiares y amigos y en un ambiente bastante cómodo en un país que amaban. Escucharon los mensajes de los misioneros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y se convirtieron hasta lo más recóndito de su alma. Escucharon el llamado a viajar a Sión y supieron que deberían responder.
Vendieron sus posesiones y se prepararon para el peligroso viaje a través del inmenso Océano Atlántico. En compañía de cinco hijos, abordaron un velero, con todas sus posesiones materiales en un pequeño baúl. Viajaron 4.800 kilómetros sobre las aguas, ocho largas y agotadoras semanas en un traicionero mar, día y noche rodeados sólo de agua: ocho semanas de espera, con comida insuficiente, agua en mal estado y sin otra ayuda más que la que se encontraba en ese pequeño velero
En medio de esa situación que ponía a prueba el alma, su hijo Nathaniel enfermó y murió. Mi bisabuela amaba a ese niño tanto como sus padres las aman a ustedes; y cuando sus ojos se cerraron ante la muerte, sus corazones se sumieron en el dolor. Como si fuera poco, se debía obedecer la ley del mar: Envuelto en una lona y con pesos de fierro, su cuerpo fue sepultado en las aguas. Al alejarse, sólo esos padres podían saber cuánto podía ser el dolor del corazón. Gibson Condie y su buena esposa fueron reconfortados por las palabras “Padre… no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42).
Thomas S. Monson, “Todos somos pioneros”, Conferencia General de abril de 1997.
Necesitamos pioneros modernos
El paso del tiempo nos hace olvidar y dejamos de sentir aprecio por aquellos que recorrieron un sendero de dolor, dejando atrás una huella de sepulcros sin nombre marcada por las lágrimas. Y ¿qué pasa en nuestros días? ¿No tenemos pruebas? ¿No hay caminos escabrosos que recorrer, montañas escarpadas que subir, sendas que abrir, ríos que atravesar? ¿No tenemos acaso necesidad de aquel mismo espíritu pionero para que nos aparte de los peligros que amenazan a nuestra sociedad?
Las normas de moral están cada vez más bajas. Tenemos hoy más gente que nunca en la cárcel, en reformatorios y con todo tipo de problemas. El crimen está en aumento constante, mientras que la decencia va disminuyendo rápidamente. Hay muchos que buscan las emociones pasajeras, sacrificando a cambio los gozos eternos. El hombre ha conquistado el espacio, pero le es imposible ejercer control sobre sí mismo. De esa manera perdemos el derecho a la paz.
¿Podríamos arreglárnoslas para encontrar el valor y la firmeza de propósito que caracterizaban a los pioneros de épocas pasadas? ¿Podemos nosotros ser pioneros en nuestros días? El diccionario da esta definición de la palabra pionero: “Persona que prepara el camino para otras”. ¡Ah, cuánto necesita de pioneros el mundo actual!
Thomas S. Monson, “Ven, sígueme”, Liahona, noviembre de 1988, pág. 2.
Comentarios recientes