Los padres son muy importantes para las enseñanzas fundamentales de los mormones. Los miembros de la Iglesia consideran que los padres son una parte esencial de la vida de un niño y tienen expectativas de cómo los padres llevan a cabo sus responsabilidades para con sus familias. Las siguientes son algunas citas de Thomas S. Monson, presidente de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, cuyos miembros son a veces llamados mormones, sobre el rol significativo de la paternidad.
A ustedes, los que son padres o líderes de jovencitos, les digo: traten de ser la clase de ejemplo que los muchachos necesitan. El padre, naturalmente, debe ser el ejemplo principal, y en verdad es afortunado el jovencito que es bendecido con un padre digno. Sin embargo, incluso una familia ejemplar, con padres diligentes y fieles, pueden aprovechar toda la ayuda y todo el apoyo que puedan recibir de hombres buenos que en verdad se interesan. Tenemos también al muchacho que no tiene padre, o cuyo padre no está dando en estos momentos el ejemplo que se necesita. Para ese jovencito, el Señor ha proporcionado una red de ayudantes dentro de la Iglesia: obispos, asesores, maestros, líderes de escultismo, maestros orientadores. Si el programa del Señor está en vigor y funcionando debidamente, ningún jovencito de la Iglesia deberá ir por la vida sin la influencia de hombres buenos.
Thomas S. Monson, “Ejemplos de rectitud”, Liahona, mayo de 2008, págs. 65-68
Padres: les aconsejo que muestren amor y bondad por su esposa. Sean pacientes con sus hijos; no los consientan en exceso, pues deben aprender a labrarse su propio camino.
Los insto a estar a disposición de sus hijos. He oído decir que ningún hombre en su lecho de muerte se arrepiente de no haber pasado más tiempo en la oficina.
Me encanta el ejemplo siguiente, tomado de un artículo titulado “Un día en la playa”, de Arthur Gordon, quien dijo:
“Cuando tenía más o menos 13 años y mi hermano 10, papá prometió llevarnos al circo, pero al mediodía sonó el teléfono; un asunto urgente requería su atención. Nos preparamos para la desilusión, pero luego lo oímos decir en el teléfono: ‘No, no estaré allí; eso tendrá que esperar’.
“Cuando volvió a la mesa, mamá sonrió y dijo: ‘El circo viene a cada rato, ¿no?’. ‘Lo sé’, dijo papá, ‘pero no la niñez’”.
Thomas S. Monson, “Verdades constantes para tiempos cambiantes”, Liahona, mayo de 2005, pág. 20.
Como la madre, él está dispuesto a sacrificar su propia comodidad por la de sus hijos. Diariamente lucha por ganar el pan de su familia, sin quejarse, ocupándose siempre del bienestar de los suyos. Ese amor por los hijos, ese deseo de verlos bien y felices, es un elemento permanente en esta época de constante cambio.
He observado a veces a los padres cuando van a comprar ropa a su hijo que entra en el servicio misional. Le compran trajes y zapatos nuevos; le compran camisas, calcetines y corbatas en cantidad. Un día, uno de esos padres me dijo: «Hermano Monson, quiero presentarle a mi hijo». El orgullo le henchía el pecho; el costo de las compras le había vaciado la billetera; y su corazón rebosaba de amor. No pude evitar que las lágrimas me humedecieran los ojos cuando noté que él llevaba un traje viejo y que sus zapatos estaban bien gastados; pero era obvio que él no echaba nada de menos. El resplandor de felicidad de su cara es digno de recordar.
Al pensar en mi propio padre, recuerdo que él dedicaba el mínimo tiempo libre que tenía al cuidado de un tío lisiado, de algunas tías ancianas y de su familia. Integraba la presidencia de la Escuela Dominical del barrio, y le gustaba trabajar con los niños. Como el Maestro, él también amaba a los niños. Jamás le oí una palabra de crítica contra nadie. Su vida ejemplificaba el valor del trabajo. Uno a las vuestras mis expresiones de gratitud por los padres.
Thomas S. Monson, “Una actitud agradecida”, Liahona, julio de 1992, pág. 65
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